Por Raquel López-Portillo M
En el tablero geopolítico contemporáneo, el liderazgo no sólo se mide por el poderío militar o el volumen del comercio exterior. Se mide por la capacidad de definir reglas, forjar alianzas estratégicas y resistir presiones internas sin perder influencia internacional. En este contexto, los estilos de liderazgo de Donald Trump y Xi Jinping, hoy enfrentados en una renovada escalada de una guerra comercial latente, ilustran mucho más que un choque de modelos económicos: reflejan visiones antagónicas sobre el futuro del orden global.
Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca con una agenda clara: rehacer el sistema comercial internacional en función de los intereses inmediatos de Estados Unidos. Fiel a su estilo confrontativo, ha recrudecido una guerra comercial con China, imponiendo nuevos aranceles sobre una serie de productos que van desde productos electrónicos hasta textiles, pasando por una diversa gama de bienes de consumo. Pero lo que distingue a este nuevo embate no es solo su alcance, sino su método: hasta el momento, Trump se ha negado a recurrir a intermediarios diplomáticos, insistiendo en la posibilidad de negociar personalmente, uno a uno, con Xi Jinping.
Este enfoque no es sorpresivo, ya que evidencia su predilección por la política personalista y el desprecio por los canales institucionales y diplomáticos tradicionales. Contrario a otros frentes bélicos de distinta naturaleza, el Senado estadounidense aún no ha confirmado a su embajador en China ni el presidente ha asignado alguna delegación de altos funcionarios para encabezar dichos esfuerzos. El mensaje, como tantas otras veces, es claro: sólo él puede cerrar un “gran y hermoso acuerdo” con China.
Sin embargo, esta estrategia parece obviar tanto el estilo de liderazgo característico de Xi, como los imperativos geopolíticos de China. En esta y otras ofensivas, Xi Jinping ha optado por la disciplina estratégica. Consciente del valor político del concepto de “face” en la cultura china (basado en el prestigio, honor, reputación y dignidad pública), ha evitado confrontaciones abiertas y ha desestimado la invitación directa de Trump a un diálogo bilateral sin condiciones. Una figura de esta talla no estará jamás dispuesta a ser expuesta en un show mediático como del que fue víctima Zelensky.
Por el contrario, se ha valido de la estrategia de poder blando que tantos réditos le ha dejado a su país en las últimas décadas, al revitalizar los acercamientos directos con aliados comerciales del sudeste asiático y de América Latina, a la par que ofrece alternativas a la Unión Europea bajo una capa de actor confiable en defensa del libre comercio. El liderazgo de coaliciones y diversificación comerciales y diplomáticas son, y probablemente serán, su mejor arma.
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