La marcha empezó a las 7 am, al grito de “son las sieeeeeete de la mañana” de la maestra Warkentin en la radio. En la cama platicamos los niños y yo sobre lo que haríamos hoy, según las precisas instrucciones de Melissa Ayala. La marcha es un lugar donde habrá muchas personas, algunas harán ruido, mucho ruido, pero no debes temer. Yo voy contigo.
“Yo mejor me quedo.” No se puede. “Yo no fui el año pasado”. Porque aún eras chiquito. Se anima porque ahora es grande. “Yo no quiero pañuelo”. “Yo quiero uno azul, el verde no me gusta”. No hay pañuelo azul porque en esta casa creemos justo lo contrario a lo que dice el pañuelo azul; nosotras abogamos por que las mujeres puedan decidir sobre su cuerpo. “El verde es azul y amarillo”. Sí, pero no hay pañuelo azul. No tienes que llevar pañuelo.
7:35 am. Apúrense. “¿No íbamos a la marcha? ¿A poco hay escuela?”. Eso es después de la escuela.
14:38 hrs. Miradas de intriga, recelo, de saber que algo puede salir mal, pero tampoco es peligroso, porque van con su mamá. Unas caritas de tensión, pero sin llanto. “Te dije que no quería venir”, pero, como todo lo que es incómodo, acabará por ser una aventura. “Mis amigas vienen; vamos”.
En el camino compramos papitas y electrolitos. Nos entrevistaron. “¿Qué esperas de venir a esta marcha con tus hijos?, ¿qué esperas de los feminismos?”. Espero que se reanude el diálogo y la movilización; no quiero violencia, pero, sobre todo, no quiero exclusión de nadie. Esta marcha, este día, es para volver a visibilizar las brechas, la falta de oportunidades, el piso disparejo para todas, sobre todo para las más marginadas, las olvidadas, las más pobres, las personas racializadas. Estoy abierta a todos los feminismos menos a los que excluyen, a los que expulsan a las disidencias, a los que promueven el odio de las otredades.
15:46 hrs. No encontramos a mi contingente, vienen muy atrás. Yo voy con abuela, nietos, empleada y mi mochila bajo el sol. Caminamos hasta que las marchistas se desviaron de Reforma. Procuramos salir del tenso pasillo que se forma entre policías y marchistas. En algún punto les estorbamos a las policías y nos brincaron. Quedamos fuera de la marcha, pero ahí.
16:29 hrs. “Mamá, tengo hambre, calor, sueño”. No hemos comido. Ya marchamos, ya vimos humo de colores. No son cohetones. Es una marcha menos concurrida que en años previos, pero el aviso era que sería violenta. Entiendo que menos personas hayan querido ir. “El bloque negro parecen ninjas, pero no me dan miedo”. Las policías tienen calor y se ve que les pesa mucho el extinguidor. “¿Podemos irnos?”.
Caminamos de regreso. Me parecía que había poca gente. No poca, poca, pero menos de lo que hubiera esperado. Las integrantes del bloque negro picaron un poco un pedestal y pintaron cosas. No vimos violencia de ninguna parte. Era temprano, pero hacía mucho sol, mucho aire.
Las mujeres que marchaban eran, en general, muy jóvenes. Las personas más blancas, las de clase media, según la medición oficial, cantan y festejan consignas con ánimo festivo. Nuestros problemas son reales (menores oportunidades para desarrollo profesional, techo de cristal, piso movedizo), pero experimentamos con menor frecuencia el trauma de la violación tumultuaria, difícilmente nuestra vida ha estado en peligro, no somos las madres que marchan buscando hijas o las mujeres violentadas desde niñas, ni somos las habitantes de la periferia. El bloque negro es distinto y todas lo vemos. Pero en el lugar, todas van juntas y cantan y bailan y gritan desde un mismo frente.
Las policías y el bloque negro empezaban a ponerse nerviosas. Las marchistas de cara cubierta un poco impacientes ya porque avanzaban las horas y no pasaba mucho más que el humo morado. Las policías somnolientas por el uniforme y los escudos y siguiendo instrucciones de una comandante claramente estresada, más bien tenían la mente puesta en otro lado. Seguramente pensaban en su casa en Hidalgo, en su familia en Puebla, en sus propias hijas e hijos lejos, en sus padres. Muchas policías no viven en la ciudad. Vienen de lejos porque con lo que ganan no les alcanza para vivir aquí. Con lo poco que paga ser policía en esta ciudad, en este país, ser mujer policía además es garantía de acoso, pocos ascensos y mucha crueldad en el interior de la corporación y en las marchas de mujeres cada 8M.
Volvimos a casa hacia las 17 hrs. La pesadilla empezó a reportarse en Twitter más tarde, pero eran pesadillas cortas, videos del mismo suceso de cristales rotos desde distintos ángulos.
Cierro esta columna y regreso a la marcha, sin críos, para ponerme al tanto de qué pasó en estas horas. Ya no se oyen helicópteros, sólo aviones, ruido “normal”; no hay sirenas ni gritos ni consignas. En mi teléfono hay videos de otras, pero no se alcanza a percibir, como en otros años antes de la pandemia, el caos a la distancia.
@Sofia_RamirezA
Comments ()