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Por Renata Roa Moreno

Crecí en un hogar donde poco se permitía el error. No porque no existiera, pero la rigidez marcada por un papá súper amoroso pero que creció en un internado muy estricto, lo llevó a replicar consciente o inconscientemente muchos de esos comportamientos duros casi militarizados. A eso, hay que sumarle que soy la menor de toda la generación de primos y hermanos que evidentemente por la diferencia de años, me hizo crecer más rápido y activar comportamientos mucho más maduros que los que le correspondía a alguien de mi edad. 

Con esos factores y otras increíbles variables, hicieron que ese combo fuera letal para mi narrativa constante: tienes que ser perfecta y no te puedes equivocar. Por obvias razones, eso nunca ocurrió, pero la gran diferencia es que hoy ya ni me interesa que pase. He hecho las paces con ese concepto que a lo largo de los casi 20 años que he acompañado a muchas personas en sus procesos de construcción de marca personal, he notado que también viven en ellos. Algunos por este deseo de sentirse amados y con la creencias que solo lo serán si son perfectos. Otros tantos porque el error lo asocian a fracaso o simplemente porque equivocarse es de tontos y no queremos serlo. 

Cada persona lo asociará por su historia a algo diferente, pero lo que es una realidad es que cuando yo decidí abrir un presupuesto para los errores, absolutamente todo cambió. Para empezar, resignifiqué la asociación y carga emocional de cometerlos. Hoy sé que si lo hago es porque me atreví a hacer algo diferente y como en todo, algunas cosas salen bien y otras no tanto, pero por lo menos aprendí algo en el camino. Si uno paga por aprender en universidades y la maestría en administración de empresas (MBA), ¿por qué no valorar el costo que a veces tenemos que invertir por hacerlo en la escuela de la vida? 

El juego me cambió cuando vi que el error solo me está diciendo: así no o ahorita no. Nada tiene que ver con mis capacidades, mi valor como ser humana para ser amada y mucho menos el resultado al que puedo llegar generando una ganancia al final del encuentro. Se nos olvida que nadie está llevando la cuenta y mucho menos que los errores también pueden ser los puntos de inflexión hacia una vida mucho más honesta con nuestra esencia y verdad. Pueden ser nuestras mejores inversiones de alto riesgo en nuestro portafolio de inversión que solo ven el rendimiento a largo plazo.

Por eso hoy me encantaría invitarte a tener un presupuesto para el error. Es decir, asumir que lo harás y con toda la compasión y sabiduría posible, buscar extraer el significado y lección de la experiencia para darte cuenta que era necesario para crecer en todos los sentidos. Necesitamos desarrollar una mirada amorosa e incentivar la de principiante que nos puede llevar a ver la vida con ojos renovados, curiosos y mucho más ligeros.

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