Document
Por Renata Roa Moreno
audio-thumbnail
🎧 Audiocolumna
0:00
/225.024

En las últimas semanas, he tenido una lluvia de emociones, por demás complejas y opuestas, disparadas por eventos que si de por sí soy una clavada, me han puesto en un modo reflexivo y muy observador.

Murió la hija de mi primo, casi hermano, de 6 años. Tuvo un trasplante de médula ósea por un pronóstico de una enfermedad rara con la que nació. Por 4 meses estuvo en terapia intensiva y justo cuando la dieron de alta, a los 5 días su frágil pero súper guerrero cuerpo colapsó. Sus análisis salían perfectos. La luz al final del túnel había llegado después de muchas plaquetas donadas, noches en vela y una ola desbocada de amor presente.

Claramente marcó la máxima desgracia que mi sistema familiar ha experimentado en conciencia. Sí, hemos tenido de todo un poco, desde muertes súbitas por accidentes en jóvenes (así fallece el abuelo de este mismo primo), hasta enfermedades largas y terminales. Pero una niña de 6 años. No sólo me cuesta procesarlo, sigo paralizada para ver cómo acompañar este terrible duelo. Los colores se nublan, se oscurecen. Estoy enfrente de estas obras maestras que su paleta son colores apagados y que te hacen sentir un tremendo hueco de dolor y nostalgia, aunque haya luz y color. Hay dureza y rigidez. Hay tanto detalle que logras ver cualquier imperfección que fue capturada por esa mirada crítica, pero a la vez cruda y real del artista. 

En contraste, y al mismo tiempo, la vida me enseña otro lado lleno de mucha luz y color brillante. Lo veo y me recuerda a estas obras impresionistas que logran captar la cotidianidad de una forma sutil, liviana y muy espontánea. Pareciera que hasta las sombras que se pintan, como el mismo movimiento lo plantea, no son negras. Solo son tonos más saturados para darle profundidad, sin llegar a apagar la obra o volverse puntos focales. ¿Quién iba a decir que esto pasaría justo cuando está por salir mi tercer libro que me conecta con mucha ilusión? Cuando mi sobrino, con el que me estrené de tía, está volando a conectar con la vida de sus sueños. Cuando mi otra sobrina materializa uno más de sus sueños y así puedo enumerar la cascada de bendiciones. Trivialidades, probablemente, y hasta posibles mecanismos de defensa para aferrarme a lo bonito de la vida. Pero que en este momento que vivo, me doy cuenta que había batallado para integrar esta lección y que por cierto, el arte siempre me había recordado: la vida es una expresión de multicolor dónde todos los colores son necesarios y tú decides qué corriente abrazas. 

Supongo que todo es proyección. Mis corrientes favoritas siempre y por mucho, han sido el impresionismo y expresionismo, seguidas por el fauvismo y surrealismo. Quiero pensar que mi intensidad y necesidad de expresar, se identifican ahí. Si hurgamos el desarrollo de los grandes artistas, todos iniciaron su camino con el arte de academia para aprender técnica y luego evolucionaron a encontrar su propio estilo. Me parece que la vida, o por lo menos mi recorrido, es así. Inicié catalogando las temporadas como buenas o malas, blanco o negro, brillante u oscuro, dualidad siempre y en todo. Pero si entendemos a profundidad este concepto, veríamos que esa dualidad, en realidad invita a la integración, nunca a la separación. Como una obra de arte. Las dos cohabitan al mismo tiempo y en el mismo espacio. Puedo sentirme feliz en un momento muy triste. Y sí, he entendido que la manera más gritona de confrontar y reflexionar de la vida, es la muerte. Esta dualidad siempre está presente. En todo, y en nada. 


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.