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No, ¡no estoy loca! O eso es lo que quiero creer. Pero te confieso, por fuera parecería que lo estoy. A veces me cacho hablando con esta voz interna parlanchina, que no se calla, metiche, opinadora y a veces muy juzgona, dependiendo del humor con el que la agarre. Esta que me hace dudar, que confronta, que de vez en cuando me dice que no lo hice taaaan mal, la que a veces me hace sentir que no soy suficiente y otras que hasta me compara con personas que tienen cosas que ni siquiera yo quiero, pero como yo no las tengo, dudo en querer tenerlas. ¡Qué ironía!

Y es que conocerse, es una cosa, pero aceptarse y amarse, es un proceso que nunca se detiene y que hay que estar pilas para no dejarnos tirar por creencias, narrativas o simplemente comparativos infundados. Llevo años hablando del increíble síndrome del impostor en el mundo laboral. Cada 8 de marzo es uno de los temas que sí o sí tengo que tocar en mis conferencias porque lamentablemente la estadística dice que las mujeres lo sufrimos más.

Viví mucho tiempo cachándome sintiéndolo cuando dialogaba con esa voz a la que llamé “Fernanda”. La bauticé para poder romper el turrón y debatir sabroso. Algunas de esas conversaciones las ganaba por mucho ella. No quiere decir que todas fueran atacándome, pero sí mostrándome las benditas áreas de oportunidad, como ahora les decimos para ser políticamente correctos. De vez en cuando me aventaba una flor, nada del otro mundo porque su rol ha sido más formativo, que de porrista.

Ha sido interesante ver la transformación en nuestras conversaciones. Primero eran monólogos. Luego vinieron las peleas. Pasamos por una etapa en la que ya le respondía con todo y diagnóstico, le decía gracias, pero eso solo es el síndrome del impostor hablando, ¡que pro me escuchaba! También han existido momentos en los que estos diálogos me hacen dudar si valgo lo que cobro, si se lo que digo saber, si realmente puedo tocar y mover corazones como siempre he querido. Y le sumo el hubiera. Este pasado pendejo, como le llama mi papá, que le agrega aún más calor a la plática.

Pero ya me cansé de pelear con ella. Me cansé de tratar de convencerla que sí valía, sabía y podía y mejor la abracé. Le dije, a lo mejor, tienes razón. A lo mejor no sé tanto, y agarré otro libro más. A lo mejor no valgo lo que digo y reconstruí mi estrategia para agregar más valor. A lo mejor no puedo mover corazones, pero voy a mover el mío. Y creo que fue la manera que en vez de probar, cedí y transformé.

El síndrome del impostor puede sobajarnos, pero también nos puede llevar a tomar acción. ¡Gracias! Porque sin ti, no seguiría siendo una eterna estudiante, una feliz aprendiz y una alma curiosa que solo desea seguir sorprendiéndose, aunque después de hacerlo siga pensando que no sabe nada.  ;)

@Renata_Roa

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