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Por Rita Alicia Rodríguez

Esta campaña tiene el objetivo de impulsar, fomentar y fortalecer el consumo nacional; pero, ¿cómo respondemos los mexicanos a nuestro made in?


En alguna ocasión me ocurrió, en el recorrido de algún centro comercial, que llamara mi atención alguna vajilla de Talavera (con detalles tradicionales mexicanos) y descubrí con enojo en la etiqueta que era imitación extranjera; ya vistas de cerca, la calidad lo evidenciaba.  En los llamados Pueblos Mágicos y principales bazares de ciudades emblemáticas de México, desafortunadamente esto suele replicarse, por lo tanto, es fundamental detectar y asegurar que estás comprando directamente a los artesanos, distribuidores o proveedores legítimos locales, para evitar caer en la trampa de la piratería.


Por mi actividad profesional asumo que no deparo en revisar con lupa etiquetas y esto debiera ser una práctica constante no solamente cuando revisamos los componentes de un producto alimenticio, sino en todo lo que adquirimos porque  es nuestra obligación y derecho. En otra ocasión, en mis “investigaciones incógnitas de campo”, descubrí que la ropa en una tienda no estaba etiquetada para la talla nacional, lo cual es grave partiendo en primer lugar, de un respeto por el cliente y en segunda instancia, del hecho de que el país de origen, nada tiene que ver con la complexión y estatura de las mujeres latinas (que de por sí somos muy diferentes por región) y entonces, ¿por qué lo permitimos y no reclamamos? 

Cuando entras a una tienda extranjera donde es evidente la bajísima calidad de los productos, ¿te has preguntado, por qué estás ahí?

Estas experiencias y cuestionamientos me hacen eco en el relanzamiento del sello “Hecho en México”. La marca ampara pilares fundamentales de mercado como la autenticidad, creatividad e innovación en aras de una competitividad justa. Se busca el impulso al consumo, crecimiento económico y generación de empleos, de acuerdo a la Secretaría de Economía.


A esta campaña, se le han unido importantes cadenas de autoservicios, lo cual indica mayor apertura para los productores mexicanos, por lo que se esperaría un mayor alcance para los microempresarios y emprendedores. Este proceso requerirá una certificación que bien vale la pena por el valor agregado de manufacturación y prestigio de mercado.


La intención es prometedora, cargada de expectativas; será interesante observar cómo se ejecuta en esta ocasión. Para empezar, vivimos un entorno económico donde los productos desechables cobraron relevancia (amplificada por la cómoda transacción del ecommerce); los puntos de venta clave en distintas industrias, están plagados de tiendas extranjeras que dificultan la competencia nacional y también tenemos otro factor: ¿cómo respondemos los mexicanos a nuestro made in?


Comienzo por destacar que América Latina siempre ha sido un mercado relevante para productos que, en Estados Unidos y Europa, están en decadencia o cuya calidad es cuestionable. Somos un mercado abierto y “benévolo” para lo extranjero. Destacados holdings corporativos se han conformado y consolidado a través de la distribución y comercialización de marcas que en otros países están en bancarrota, pero que en LATAM son concebidos en un status incluso de cierto lujo.

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