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Cinco mujeres y una cantina: más allá de la anécdota del Indio Azteca

Las leyes y reglamentos vigentes consideran discriminación -y motivo de sanción- el excluir de cualquier establecimiento mercantil a una persona por su sexo, género o preferencia sexual afectiva.

Sandra Romandía

En 2014 caminaba con una amiga por el barrio Ikebujuro, en Tokio, cuando de pronto decidimos parar para tomar una cerveza y descansar un poco del trajinar turístico propio de esos viajes intensos. Era pleno mediodía cuando vimos un pequeño bar con fachada de madera que nos llamó la atención y decidimos entrar. La sorpresa vino cuando el que parecía un mesero nos hizo señas para que nos fuéramos,  y nos mostró con el dedo que ahí solo había hombres. Sin ánimo de causar disturbios nos salimos y días después una amiga que vivía en Japón nos explicó con tristeza de esas medidas machistas que persistían en su país.

Mi amiga y yo nos asombramos al caer en cuenta que justo eso pasaba en México casi tres décadas atrás, antes de 1980 cuando se levantó la prohibición para que las mujeres pudieran ingresar a las cantinas. Somos de la generación que creció viendo los letreros “prohibido el acceso a uniformados, menores de edad, indigentes y mujeres”, como algo “normal”; pero también somos de la época que analiza y se pregunta hasta dónde la mujer ha sido relegada en el espacio público por decisión de un sistema machista que nos excluyó -con el respaldo de la ley- de derechos como votar, usar pantalones, participar en las fuerzas armadas, divorciarse o abortar.

Esta semana tuve el privilegio de pasar unos días en Monterrey, Nuevo León, para estar presente en la Feria Internacional del Libro.

Uno de esos días, amigas y colaboradoras de este espacio decidimos buscar un lugar histórico, tradicional y popular para comer. Encontramos en internet la cantina “Indio Azteca”, con 102 años de historia, muy cerca de donde estaban las actividades de la FIL, así que decidimos comer ahí: un botanero con excelente comida, decía en unas reseñas. Lo que no leímos, y de lo que nos enteramos por un amigo regio antes de llegar, fue que las mujeres tenían prohibido entrar. No lo creímos y decidimos llegar a preguntar y, de paso, grabar lo que sucediera.

Como bien fue conocido en las redes sociales, se nos impidió el paso con diversos argumentos: “en este lugar nunca han entrado mujeres”, “si entran las pueden acosar”, “solo hay baños para hombres”, “si entran incomodarán a los presentes”, “las esposas de los clientes se pueden enojar”.

Yo, norteña, originaria de Sonora, soy consciente de que durante décadas varios de este tipo de lugares de venta de bebidas alcohólicas fueron espacios tradicionalmente de hombres. Pero también he sido testigo de cómo las mujeres jovenes decidieron, después de la prohibición y bajo el arropo del las leyes federales y locales que garantizan la no discriminación, tomar presencia en estos lugares como una forma de reinvidicar el derecho que durante siglos y años les fue negado.

El que fue identificado como el capitán de el Indio Azteca se cansó probablemente de escuchar nuestras preguntas sobre qué marco legal les permitía negar el acceso, que después de 10 o 15 minutos de negar el acceso nos permitió pasar.

Al llegar algunos comensales se quejaron en voz alta. “¡Ya llegaron viejas, no puede ser!”, “el único lugar donde estaba a gusto sin viejas”.

Las cinco “invasoras” del lugar nos tomamos una cerveza, una selfie y decidimos cruzarnos después a otra cantina histórica llamada Zacatecas, para comer en un ambiente más sereno.

Debo decir que la experiencia con los neoloneses esa semana fue totalmente agradable: me parecieron personas trabajadoras, sinceras, divertidas y que están generando un cambio cultural con eventos de gran altura como la FIL Monterrey.

Mi pasmo llegó al observar las reacciones contrastantes en redes sociales sobre la anécdota en el Indio Azteca, sobre la que me gustaría puntualizar: no fuimos a hacer una protesta, jamás agredimos verbal o físicamente a quienes nos impidieron el paso, y no fue un evento planeado.

Uno de los argumentos en contra mostrados en redes fue el que defendían “la tradición” por encima de la no discriminación, y que solo fue un acto de exhibicionismo.

Es comprensible que no todo el mundo conozca las leyes que amparan nuestros derechos humanos porque no tenemos tiempo de saberlo todo. Pero esta anécdota me pareció propicia para hacer ver que vivimos en un país en el que, en primera, el Artículo 1 de la Constitución señala que … Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género…”. No, una cantina no es un “espacio privado”, como señalaron algunxs internautas al justificar que el dueño de cualquier establecimiento puede decidir quién entra y quién no. Ante la ley es un centro mercantil que tiene prohibido discriminar la entrada por razones de sexo o género. Algo muy distinto son los “códigos de vestimenta” a los que finalmente puede adecuarse el consumidor; pero es imposible dejar de ser mujer para tener acceso a un comercio.

La Ley Federal para Prevenir y Evitar la Discriminación lo dice claramente en su Artículo 9, así como un apartado similar en la ley local.

¿Es la tradición un argumento para dejar pasar esta discriminación? ¿Por qué las mujeres no pueden tener acceso a un establecimiento histórico? ¿Es esto un tema relevante en la conversación pública? Sí, porque describe un sistema en el que a la mujer se le podía anular solo por ser mujer.

Algunos otros comentarios, principalmente en Twitter, señalaron que entonces los hombres tomarían los spa de mujeres y los baños de mujeres, algo que es totalmente distinto: esos son espacios reglamentados para cuidar la intimidad, un concepto equidistante al de un centro público de consumo de alimentos y bebidas.

¿Que el vagón del metro para mujeres es algo similar? En realidad éstos no deberían existir, como tampoco el acoso y abuso hacia nosotras. ¿Algunas mujeres han llegado a los bares a acosar, maltratar y abusar de los hombres para que se haya decidido excluirlas? La respuesta es no.

Los grupos de poder siempre responderán con agresión cuando ven la amenaza de perder sus “territorios”. Así que no se trata de la simple historieta de cinco mujeres que ingresaron a una cantina que durante 102 años bloqueó la entrada a las de nuestro sexo, sino del trasfondo que lleva, no solo esa prohibición que defienden de “tradición”, sino en las reacciones agresivas y machistas hacia quienes llegamos a poner en el debate y la reflexión si deben seguir existiendo espacios separatistas en un mundo que debería ir hacia la igualdad.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.