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Cumplí 37 años el mes pasado y este año, por primera vez, me cayó el veinte de mi edad y de que ya no estoy taaan chavita. Pongámoslo así: estoy más cerca de los 40 que de los 30 (y a 3 años de que me canten “Señora de las cuatro décadas” de Arjona) (fuck).

Sí soy joven pero al mismo tiempo, siento una responsabilidad tremenda de lo que quiero y lo que no quiero de mi vida, y pienso un chorro en mis papás, y en eso que repetía mi mamá (y me cagaba de adolescente): “Cuando tengas mi edad vas a entender muchas cosas”.

¿Y si? ¿Realmente entiendo la adultez? ¿Estoy haciendo lo que se supone que una mujer de 37 años debería hacer?

De niña quería ser grande por lo que amo ser adulto, tomar mis propias decisiones, ser económicamente independiente, que nadie me esté diciendo qué hacer o no hacer. Ser 100% responsable de mi. Y no sé cuál sea tu opinión, pero yo siento que ser adulto en esta época está cabrón (¿o siempre fue así pero mis papá Boomers no tenían twitter?). No me quiero formar en la fila de las víctimas pero yo siento la vida (hoy) demasiado pesada y dura, lo que provoca que mi ansiedad se dispare y mi mente me lleve a escenarios catastróficos (dame chance, una parte de mi personalidad a la que yo le llamo Angelique Boyer le fascina el drama).

Ya no sé a quién echarle la culpa de mi ansiedad, si a AMLO y a la 4T, a Mercurio Retrógrado o a mis vecinos que les encanta empedar y cantar Alejandra Guzman en karaoke en martes (y no me dejan dormir) pero en serio, este año he sentido que pasó una avalancha y que 2022 se sienten como 4 años en uno. No sé ni qué sentir ante tanta cosa que sucede. Tengo miedo de la crisis climática, de la inflación, de la guerra, de los desaparecidos en México, de la escacez de alimentos, del estúpido Tren Maya, de los perros en la calle, de que me están saliendo canas…

Llevo meses donde me duele ser adulto. Donde me siento incapacitada de poder tomar decisiones para mi futuro. Me encantaría dejar de ser tan intensa y que me importara menos. Amaría ser de esas personas que viven en el balance y nunca entran en crisis, las que siempre saben qué hacer y cómo reaccionar, las que confían en que todo siempre sale bien. (Chance necesito ir a Tulum a sumergirme a un cenote y #VibrarAlto).

Yo no soy así. Yo me voy al peor escenario, al: ¿y si ______?

¿Y qué se hace en estos casos? Porque por más terapia que tome, el mundo allá afuera está bien pinche loco y aunque quiera no pensar demasiado en eso, me afecta.

Escribo esto, en parte para desahogarme, pero también para señalar al maldito pensamiento positivo tóxico que me hace sentir culpable cuando quiero gritar que la cosa (el mundo) sí está de la chingada porque paso de: “Agradece lo que tienes” (y sí lo hago) a “¿Por qué existen tantas injusticias?”. Últimamente, el mundo me encabrona un chingo porque a pesar de que yo soy ultra privilegiada, no puedo dejar de pensar en los demás. Porque por más que pienso en “quejarse no sirve de nada” y “hay que accionar en vez de paralizarnos” me encabrona pensar que puedo controlar una minúscula parte.

Estoy enojada, cansada y agotada mentalmente. Pensé que llegaría la edad donde me volvería menos miedosa, pero está sucediéndome todo lo contrario: estoy cagada.

Así que le hablo a mi mamá para preguntarle cómo le hizo a mi edad con dos hijas chiquitas. Le pregunto cómo manejaba el miedo. Me dice que “la vida se pasa muy rápido como para andarse preocupando” y me recomienda darme el día y echarme un drink. Tal vez en el alcohol no encuentre la paz, pero al menos me va a ayudar a relajarme un poquito. No cabe duda: mi mamá siempre da los mejores consejos.

@RominaSacre

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