Por Rosa Covarrubias
El mundo está en constante cambio, al igual que la vida, gira sin detenerse.
La humanidad ha sido testigo de guerras en busca de conquistar territorios, de divisiones, desunión, pero también de paz, hermandad, unión, de humanidad, esa que por momentos parece guardarse en un cajón para no asomarse en un largo periodo y que justo cuando comenzamos a olvidar quienes somos y de dónde venimos, nos da un portazo en la cara para recordarnos que siempre hay un motivo para hermanarnos.
El 15 de abril de 2024, la luz de la esperanza se encendió de nueva cuenta, esta vez, no tardó 4 años como acostumbra, solo fueron 3. Olimpia y sus ruinas, como siempre, imponente e impaciente para ser testigo, una ocasión más, del encendido de la llama Olímpica, esa que busca llevar a todos los rincones del mundo un momento de paz.
En medio de dos guerras y de incertidumbre ante amenazas terroristas, la cuenta regresiva ha iniciado y el camino a París se hace cada día más corto para el Comité Organizador, para el Comité Olímpico Internacional (COI) y por supuesto, para los atletas, sobre todo para aquellos que buscan clasificar a los Juegos Olímpicos.