Por Sandra Romandía
La victoria aplastante y avasalladora de Morena fue inesperada en las elecciones del 2 de junio, dejando a la oposición en la ruina. Lo sorprendente no fue sólo que la oposición perdiera, sino que se derrumbara desde adentro muy rápido. Empezó por el PAN, donde ex gobernadores y otros militantes salieron a exigir la salida de Marko Cortés. Después, en el PRI se hizo algo desesperado y vergonzoso: cambiar los estatutos para que Alito Moreno pudiera perpetuarse en el poder a pesar de las críticas y la evidente crisis interna.
El planteamiento es claro: bastaron unos días después de la gran derrota de la oposición para que comenzaran las verdaderas culpas y pugnas internas, mostrando lo podridas que estaban ambas instituciones.
Este lamentable espectáculo explica por qué la ciudadanía prefiere votar por el partido oficial a pesar de la corrupción y el amiguismo de Morena. Al menos Morena -con todos sus adornos de los viejos partidos- no lleva el tufo de senilidad y corrupción que parece marcado indeleblemente en la oposición.