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Por Sandra Romandía
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La captura de Ismael "El Mayo" Zambada y Joaquín Guzmán López ha sacudido no sólo los cimientos del narcotráfico, sino también los delicados equilibrios políticos en tiempos electorales en Estados Unidos. La ironía no podría ser más palpable: mientras en México, los cárteles reconfiguran su liderazgo, al norte del río Bravo, los políticos afinan sus discursos de campaña. La detención de estos capos es una carta jugada con maestría en el ajedrez político de las elecciones presidenciales estadounidenses.

Los demócratas, sin duda, son los grandes beneficiados, pero no por las razones que todos creen. No es solo una victoria en la lucha contra el narcotráfico, es un as bajo la manga para contrarrestar la narrativa belicista de Donald Trump. Trump, el eterno gladiador de la política estadounidense, ha construido su campaña en gran medida sobre una plataforma de seguridad y mano dura contra los cárteles mexicanos. Sus declaraciones, tan audaces como predecibles, no dejan espacio para matices: México está dominado por los cárteles y, si él vuelve al poder, no dudará en tomar medidas drásticas. Pero la detención del Mayo Zambada bajo la administración demócrata ofrece un contraste interesante: mientras Trump vocifera sobre bombardeos y operativos militares, los demócratas pueden mostrar resultados tangibles obtenidos a través de la cooperación y la inteligencia.

Kamala Harris, quien ahora se perfila como la candidata demócrata tras la sorpresiva retirada de Joe Biden, tiene aquí una oportunidad de oro. "Nuestra estrategia funciona", podría decir, con una confianza que solo los hechos respaldan. "No necesitamos llenar el cielo de drones ni las calles de soldados. La diplomacia y la inteligencia han demostrado ser efectivas". Este argumento no solo refuerza su posición de liderazgo, sino que también desafía directamente la retórica agresiva de Trump, presentando una alternativa de seguridad basada en la colaboración.

La captura de Zambada no fue un golpe de suerte ni una simple operación. Esto se ha estado gestando durante meses, con negociaciones delicadas y movimientos calculados. No se trata solo de un arresto, es una declaración de poder. Y en el teatro de las elecciones, cada declaración de poder cuenta.

Sin embargo, la captura de estos capos también plantea preguntas incómodas sobre la relación entre Estados Unidos y México. López Obrador, con su retórica nacionalista y su postura ambivalente hacia los cárteles, enfrenta ahora un desafío diplomático significativo. ¿Cómo reaccionará su administración ante el uso político de estas detenciones por parte de los candidatos estadounidenses? El presidente mexicano ha sido claro en su rechazo a la intervención estadounidense, pero la realidad es que la cooperación entre ambos países es indispensable para cualquier éxito en la lucha contra el narcotráfico.

La política, como bien sabemos, es el arte de lo posible. Y en este caso, lo posible incluye utilizar la caída de un capo de la droga para ganar puntos en una elección. La narrativa demócrata de eficiencia y diplomacia será puesta a prueba en los próximos meses, mientras Trump y su séquito buscarán desacreditar cada logro con su habitual estilo de confrontación y espectáculo.

La captura del Mayo también reconfigura el tablero del narcotráfico en México. Los hijos del Chapo, esos herederos de un imperio violento y lucrativo, ahora tienen una oportunidad de oro para consolidar su poder. Las luchas internas y la violencia que probablemente seguirán son una sombra sobre cualquier victoria celebrada en Washington. Porque mientras los políticos juegan sus partidas, las calles de México seguirán siendo el campo de batalla donde se libran las guerras reales.

En última instancia, la captura de Zambada y Guzmán López es un recordatorio de que el narcotráfico es una hidra con muchas cabezas, y cortar una de ellas solo provoca que otra crezca en su lugar. La victoria en esta batalla puede ser celebrada en los discursos de campaña, pero la guerra, esa guerra interminable contra el crimen organizado, sigue su curso en los rincones más oscuros de ambos países.

El próximo año electoral será testigo de cómo estos eventos moldean las estrategias y discursos de los candidatos. La historia, con su inclinación por la ironía y la repetición, nos muestra que cada captura, cada victoria proclamada, es solo un capítulo más en un libro que parece no tener fin. Y mientras los candidatos prometen seguridad y justicia, las sombras del narcotráfico continúan acechando, recordándonos que en esta lucha, las verdaderas victorias son pocas y efímeras.

Para los demócratas, la captura de Zambada es una medalla política que buscarán exhibir con orgullo. Pero en el intrincado y peligroso juego del narcotráfico y la política, solo el tiempo dirá si esta victoria se traducirá en un verdadero cambio o si, como tantas veces antes, será simplemente una pieza más en el ajedrez de poder y corrupción que define la relación entre Estados Unidos y México.

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@Sandra_Romandia

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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