Por Sandra Romandía
Ayer fue un día de luto en la Cámara de Diputados. No hubo lágrimas, claro, pero sí discursos huecos, aplausos mecánicos y la confirmación de que la democracia mexicana sigue cavando su propia tumba. Morena y sus aliados oficialistas votaron por desaparecer al Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), ese pequeño pero poderoso faro que por más de 20 años iluminó los rincones oscuros del poder.
El espectáculo comenzó temprano. Diputados oficialistas como Ricardo Mejía Berdeja se esforzaron en justificar lo injustificable: "Le tengo mucho mayor confianza a alguien intachable como Raquel Buenrostro que a comisionados del PRIAN". Aplaudamos, pues, el ingenio de sustituir un organismo autónomo con una oficina burocrática controlada directamente por el gobierno. ¡Viva la confianza ciega!
Mientras tanto, desde la oposición, voces como la de Noemí Luna Ayala, del PAN, intentaron poner las cosas en perspectiva: “El INAI le cuesta a cada mexicano seis pesos al año. Pero para el Tren Maya, un proyecto que ustedes dicen que ya concluyó, asignan 40 mil millones más”. Pero claro, ¿quién necesita transparencia cuando podemos construir trenes que nos lleven directito al autoritarismo?
La diputada Verónica Martínez, del PRI, fue aún más directa: "Con esta reforma, desaparecen los últimos eslabones de contrapeso político. Esto significa concentrar el poder donde no hay equilibrio y donde, en pocas palabras, el Ejecutivo manda en todo". Pero sus palabras se diluyeron en un mar de argumentos calcados, como si a los legisladores oficialistas les hubieran repartido un guión desde Palacio Nacional.
Y después, la joya de la sesión. Ramón Ángel Flores, diputado del PT por Sonora, aceptó sin filtros lo que muchos ya sospechábamos: "Así tendremos más control". Vergonzoso. Porque si algo quedó claro, es que esta votación no fue por eficiencia ni austeridad, sino por poder. Más control para un gobierno que detesta los contrapesos y prefiere los espejos que solo reflejan sus órdenes.
A quienes estuvimos atentos a la sesión, nos quedó clara una cosa: no se trataba de debatir, sino de cumplir órdenes. Los argumentos a favor de la reforma eran un eco interminable de términos como "duplicidad de funciones", "eficiencia administrativa" y, por supuesto, "austeridad". ¿Cómo no conmovernos ante la capacidad de sacrificio del gobierno, dispuesto a desaparecer instituciones ciudadanas para ahorrar cantidades insignificantes mientras otorga presupuestos millonarios a sus proyectos favoritos?
El INAI no era perfecto, claro está. Pero si algo puedo afirmar desde mi experiencia como periodista de investigación es que ese instituto era muchas veces el único recurso para acceder a información que el gobierno federal prefería esconder. Durante el sexenio de López Obrador, las negativas a solicitudes de información crecieron un 50%. La mitad de las respuestas eran evasivas, clasificadas como confidenciales o, simplemente, no respondidas. Fue gracias al INAI que logramos, como periodistas, obligar al gobierno a entregar datos sobre contratos opacos, desvíos de recursos y otras prácticas que querían permanecer ocultas.
Y ahora, ¿qué nos espera? Según las cifras, durante este sexenio las quejas por negativas de información aumentaron en más de 40%. Si con un organismo autónomo las cifras eran preocupantes, sin él solo podemos esperar opacidad total. Porque, como lo dijo la comisionada Norma Julieta del Río, "el gobierno se revisará a sí mismo". Una frase que suena tan absurda como peligrosa.
El INAI no servía sólo a periodistas. Era una herramienta para académicos, estudiantes, líderes de colonias, organizaciones civiles y cualquier ciudadano que quisiera entender cómo se manejaba el dinero público. Ayer fue un día oscuro, doloroso, increíble. Un recordatorio de que vivimos en un país donde lo increíble ya no sorprende. Y mientras los discursos oficiales hablan de progreso, lo único que avanzamos es en el retroceso democrático.
La transparencia, ese derecho que tardamos décadas en conquistar, fue enterrada ayer bajo pretextos de austeridad y eficiencia. Pero no nos engañemos: lo que realmente se enterró fue nuestra capacidad como sociedad de exigir cuentas. Y con ello, el poco aire que nos quedaba para respirar democracia.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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