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Por Sandra Romandía

Los primeros 100 días de Claudia Sheinbaum como presidenta de México han sido un carrusel político donde los retos externos y las pugnas internas compiten por el protagonismo. Entre las amenazas de Donald Trump, la crisis de inseguridad en Sinaloa, el alza del dólar y las tensiones diplomáticas por Venezuela, la mandataria enfrenta un panorama adverso. Sin embargo, lo más revelador no es el asedio externo, sino el incendio que se gesta dentro de Morena, un partido que, en su aparente fortaleza, exhibe fisuras profundas.

El poder, decía Michel Foucault, no es algo que se posee; es algo que se ejerce y circula. Esta idea parece resonar con fuerza en la dinámica actual del país. Sheinbaum no sólo enfrenta los retos propios de gobernar un México polarizado, sino que además navega en un mar de tensiones internas que evidencian la fragilidad del poder hegemónico. Hannah Arendt, por su parte, advertía que el poder tiene como esencia la acción colectiva; cuando esta se fractura, lo único que queda es violencia y coacción. La presidenta parece estar aprendiendo esto de primera mano: en Morena, el control absoluto se ha convertido en un campo de batalla donde las ambiciones personales eclipsan los ideales de transformación.

Desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, México ha estado en la mira. Las amenazas de aranceles y deportaciones masivas colocan a Sheinbaum en una posición diplomática delicada. Aunque ella insiste en la colaboración sin subordinación, las tensiones se ciernen como una tormenta en el horizonte. La relación con Venezuela, por otro lado, suma un matiz incómodo. Mientras líderes de izquierda como Gabriel Boric o Gustavo Petro critican abiertamente al régimen de Nicolás Maduro, México opta por la neutralidad, lo que para algunos es una forma elegante de complicidad. La apuesta por el principio de no intervención, aunque coherente con una tradición diplomática, podría costarle caro en términos de credibilidad internacional y, peor aún, frente a un Trump que exige alineaciones claras.

En el frente doméstico, la inseguridad continúa siendo un desafío monumental. Sinaloa, con sus episodios de violencia exacerbada, recuerda a la administración que el combate al crimen organizado es un campo minado. Las estadísticas que muestran una leve disminución en homicidios dolosos no alcanzan para disipar la sensación de peligro que permea en varias regiones del país. Mientras tanto, el ascenso del dólar complica aún más el escenario económico, afectando los precios de bienes básicos y presionando a una clase media ya debilitada.

En este contexto, resulta notable la orfandad política de la oposición. Hace poco, en una visita al Senado, una senadora de oposición me confesó con resignación que su única arma efectiva son los discursos en tribuna. "Nuestros votos son irrelevantes", admitió, consciente de que la maquinaria de Morena controla el Congreso y la presidencia con un margen aplastante. La oposición, más que un contrapeso, parece un eco lejano, incapaz de articular una estrategia que realmente incomode al gobierno.

Pero si algo ha capturado la atención en estos primeros cien días no es la ausencia de la oposición, sino las luchas intestinas dentro de Morena. Las disputas entre figuras como Adán Augusto López y Ricardo Monreal, alimentadas por acusaciones de corrupción y venganzas personales, son un síntoma de un partido que, en su hegemonía, está dividido en facciones cada vez más visibles. A estas pugnas se suman personajes como el exministro de la Suprema Corte Arturo Zaldívar, quien lidera un grupo con intereses específicos, y el excanciller Marcelo Ebrard, quien no perdona que el presidente López Obrador haya optado por Sheinbaum como candidata presidencial en lugar de él. Estas figuras, lejos de apoyar a la presidenta, representan corrientes internas con agendas propias que dificultan la gobernabilidad.

Además, Sheinbaum enfrenta otro problema: la debilidad de su propio gabinete. Conversando con círculos cercanos a Palacio Nacional y al partido, es evidente que Claudia tiene pocas piezas de confianza en puestos clave. Fuera de Luz Elena González en la Secretaría de Energía, Juan Ramón de la Fuente en Relaciones Exteriores y Omar García Harfuch en Seguridad, sus incondicionales son contados. Tres figuras leales no son suficientes para navegar las tormentas que se avecinan, especialmente cuando el resto del gabinete responde a dinámicas ajenas o intereses de las facciones internas de Morena.

La lucha interna en Morena puede entenderse como una pugna por el control del futuro político de México. Michel Foucault explicaba que el poder no es una estructura fija, sino un entramado de relaciones en constante disputa. En Morena, estas disputas no son sólo ideológicas; son también estratégicas y personales. Algunos apuestan por consolidar el legado de la 4T, otros buscan posicionarse para el siguiente sexenio, mientras que los más pragmáticos solo quieren asegurarse un lugar en la mesa del poder.

Lo que viene no es alentador. Las tensiones internas de Morena podrían escalar hasta convertirse en el principal obstáculo para el gobierno de Sheinbaum. Una mayoría absoluta en el Congreso es una espada de doble filo: permite gobernar sin frenos, pero también exacerba las rivalidades internas. Si Sheinbaum no logra contener estas fracturas, corre el riesgo de que su administración quede atrapada en una guerra intestina que paralice su capacidad de acción.

Como decía Maquiavelo, “los conflictos internos son inevitables, pero un líder sabio sabe cómo usarlos para fortalecer su posición”. Sheinbaum enfrenta ahora la prueba más dura de su liderazgo: no solo gobernar un país con múltiples crisis, sino también mantener unida a una coalición que se tambalea bajo el peso de sus propias ambiciones. En política, el poder absoluto nunca es absoluto; es una ilusión frágil que puede desmoronarse al menor descuido.

Estos cien días han sido una lección de realpolitik, donde las promesas de transformación chocan con la dura realidad del poder. Y mientras la oposición permanece ausente, Morena libra su propia guerra civil, dejando a Sheinbaum en una peligrosa posición en un partido donde nadie parece dispuesto a ceder.

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@Sandra_Romandia

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