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El miércoles de la semana pasada, cuando bajo el clima tropical de Río de Janeiro se volvieron a encontrar decenas de periodistas  de distintos medios y países para conversar sobre atentados a la libertad de expresión, uno de ellos cayó en cuenta: “somos casi los mismos pero con problemas más exacerbados”.

Convocados por Artículo 19 y el Instituto Prensa y Sociedad (Ipys), 52 periodistas de 11 países tuvieron una ronda de charlas para profundizar sobre las amenazas y formas de represión que se viven en la región y el fortalecimiento de redes para la solidaridad. Este ciclo de intercambios se dio en el marco de la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación (Colpin), el máximo y más esperado encuentro en el continente conformado por colegas que se dedican a hurgar en el poder para revelar lo que se está haciendo mal; que con su necia capacidad de búsqueda y metodologías rigurosas llevan a sus países las noticias de actos de corrupción, abuso de poder y tráfico de influencias de quienes se supondría deben velar por la democracia.

Entre las conclusiones de ese ejercicio se  determinó que estamos viviendo la etapa de mayor legalidad contra el periodismo, “continúa la tendencia de gobiernos autoritarios y populistas que ven al periodismo independiente como un enemigo; se ha incrementado también el uso de redes sociales para hostigar y censurar”, señala el documento de Artículo 19 y el Ipys.

Hay algo en común que pareciera agudizarse en varios países, y es la estigmatización desde el poder que busca hacer ver al periodista como un enemigo que sirve a conservadores o adversarios, en una gobernanza en la que ya no hay diálogo de ida y vuelta, sino clasificación de gobernados  en “buenos o malos” y periodistas a favor o en contra del poder. Presidencias autoritarias, particularmente evidentes en Nicaragua, Cuba, México y El Salvador, incapaces de escuchar la crítica y que reaccionan de manera espontánea con la negación frente a grandes investigaciones periodísticas que revelan sus fallas.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.