Por Sandra Romandía
“El empleado del Metro me esperó en una estación cercana al taller de mantenimiento ubicado en Zaragoza, en la Ciudad de México. Las instrucciones fueron claras: entraríamos ahí con sigilo, en el momento en el que él sabía que no había supervisores u “orejas” del sindicato y pasaría sin presentar mis identificaciones directo al almacén primero, para poder constatar el inventario inexistente, y luego a los talleres donde hablaría con los mecánicos que conocen el sistema desde hace años… Me sentía una aspirante a prófuga de Lecumberri, pero al revés: intentando ingresar sin ser detectada, a las entrañas de las bases que operan el monstruo que es el metro capitalino”. Así inicia el capítulo Viajamos sobre rieles de una mafia incluido en el libro Las 7 mafias chilangas (editorial Pengüin Random House, Grijalbo) del que soy coordinadora y autora de este apartado en especial. Lo traigo a cuento porque esta escena revela parte de la situación que impera en el Metro de la Ciudad de México que hoy cumple 54 años, donde sus empleados de base intentan denunciar la corrupción al interior que ha generado el declive del monstruo sobre rieles desde hace décadas. Las denuncias las hacen con miedo a ser despedidos, ya sea por la autoridad capitalina o por el sindicato.