Por Sofía Guadarrama
En 1887 Matilde Petra Montoya Lafragua se convirtió en la primera mujer en México en graduarse como médica. Estudió en la Escuela de Medicina de Puebla. Un gran número de médicos publicaron un desplegado en un periódico, el cual tenía como encabezado: «Impúdica y peligrosa mujer pretende convertirse en médico».
El acoso fue tanto que Matilde regresó a la Ciudad de México, con veinticuatro años de edad y una carrera trunca. No obstante, aplicó al examen de admisión en la Escuela Nacional de Medicina. En La ciudad de México las cosas no fueron muy distintas: «Debe ser perversa la mujer que quiere estudiar medicina para ver cadáveres de hombres desnudos», decían sus opositores.
Matilde fue dada de baja con el argumento de que las materias del bachillerato que había cursado en escuelas particulares carecían de validez. Matilde solicitó cursar dichas asignaturas en las tardes en la Escuela de San Ildefonso, pero no la aceptaron, pues el reglamento interno de la escuela era específico: «alumnos». Aunque no decía nada de «alumnas no», lo anterior fue suficiente argumento para rechazarla rotundamente.
Matilde no se dio por vencida y le escribió una carta al presidente Porfirio Díaz. Tiempo después, el director de San Ildefonso recibió instrucciones directas de la Presidencia para aceptar a Matilde. La historia se repitió cuando quiso tomar su examen profesional. El reglamento interno de la Escuela Nacional de Medicina decía «alumnos». Matilde solicitó nuevamente el apoyo de don Porfirio. Para sorpresa de muchos, el presidente emitió un decreto en el que se actualizaban de inmediato los estatutos de la Escuela Nacional de Medicina y permitían que se graduaran mujeres médicas.
El 24 de agosto de 1887, el presidente Porfirio Díaz acudió con su esposa Carmelita y un selecto número de damas de sociedad y periodistas al examen de Matilde. Mientras los detractores argumentaban que Matilde se había titulado por «decreto presidencial», los periódicos la elogiaban: La señorita Montoya es la primera damita mexicana que ha concluido una carrera científica».
En mi opinión ésta es la prueba más fehaciente de que el lenguaje incluyente sí es incluyente.
En el caso del lenguaje incluyente, el problema no es la propuesta, sino la minoría que lo promueve, una de las minorías más reprimidas a nivel mundial por la sociedad. En México la expectativa de vida de las mujeres transgénero es de 30 a 40 años. Muchas son asesinadas. Sé que esto es muy difícil de entender desde la visión masculina heterosexual. Los roles importan. Importan mucho más cuando se es mujer o se tiene discordancia sexogenérica en un país sumamente machista y binario. No soy de las que pretende obligar al mundo a modificar el lenguaje. Pero ayudaría mucho.
En 2021, una persona estudiante que se identificaba como no binaria exigió en su clase por Zoom que la identificaran por el pronombre «elle» y «compañere». Más que un berrinche, elle estaba dándole al mundo una lección de autoidentificación al negarse a incorporarse al género binario. Visto desde afuera, parece una reverenda estupidez. Pero no lo es.
Hace poco una persona me comentó: que no estaba de acuerdo con que, si alguien le pedía que le llamaran Su Majestad, tendría que hacerlo. Claro es una petición absurda. Pero es muy distinto solicitarle a la gente respeto por tu identidad de género, como en el caso de esta persona que se identificaba como no binaria. No se identifica como hombre ni como mujer y lo único que pedía es que no le llamara él o ella, amiga ni amigo, compañera ni compañero. Porque no se sentía bien cuando la trataban como mujer o como hombre. Sólo eso. No se trata de imponer, pero sí de respetar.
«Ideología de género» versus «perspectiva de género».
El término «ideología de género» es despectivo.
El término «perspectiva de género» es incluyente.
La «perspectiva de género» es un término acuñado por sectores mayoritariamente progresistas que amparan la necesidad de revisar la forma en la que entendemos los roles de género, y la posibilidad de que existan géneros no binarios y una sociedad más igualitaria en asuntos de sexo y de género.
El término «ideología de género» fue empleado por primera vez, por autoridades católicas, en 1995, en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, China, en la cual pretendían obstaculizar la liberalización de la sexualidad humana, el derecho al aborto, la homosexualidad y la equidad de género. El término fue establecido desde 2002 en el Diccionario doctrinal del Consejo Pontificio para la Familia. El término «ideología de género» es un término peyorativo inventado por sectores homofóbicos, transfóbicos, sexistas y machistas que niegan que el género humano es una construcción enteramente social y cultural. La realidad es que el género es optativo y depende de la autoidentificación de las personas, es decir, de cómo nos percibimos a nosotras mismas.
Volviendo al lenguaje inclusivo: insisto, el problema no es «todes», sino que proviene de una minoría que promueve la «perspectiva de género», la inclusión.
Hay quienes argumentan que no están de acuerdo con el lenguaje incluyente porque destruye el idioma español. En el fondo no existe un deseo por cuidar la lengua castellana. Cuando Elon Musk anunció el cambio de nombre de Twitter por X, la mayor preocupación de sus usuarios, era qué palabras utilizarían para conjugar la X. Ya que no podrían decir tuitear.
Insisto, en el fondo no existe un deseo por cuidar la lengua castellana. Si fuera cierto, no habría un uso masivo de anglicismos: Casting, en lugar de «prueba de interpretación». Hasgtag, en lugar de «etiquetas». Light, en lugar de «ligero». Manager, en lugar de «administrador». Marketing, en lugar de «técnica de mercado». Sándwich, en lugar de «emparedado». Spam, en lugar de «correo electrónico no deseado». Spoiler, en lugar de «estropear el final». Test, en lugar de «prueba». Trending topic, en lugar de «tendencias del momento en las redes sociales».
Ni hablar de la jerga mexicana:
«No manches», «güey», eso del lenguaje inclusivo con palabras como «todes», «las» y «los» está bien «locochón», hasta parece que están «cantinfleando». La verdad no «está padre», «güero», únicamente destruyen nuestra lengua mexicana. En lugar de estar «chingando», mejor que se pongan a «chambear», «tetos», «vaquetones». ¿Cómo que nos quieren «catafixear», el todos por todes? Pos ni que fueran «chelas», y ni que fuesemos «teporochos», «rucos», «sacatones». Ya «estufas», con la destrucción de nuestra lengua con sus exclusiones. Todos somos todos, batos y batas.
¿Y el todes es absurdo?
No es imposible que el mundo se acople a las necesidades de las minorías. Lo que falta es disposición. Para detractores del lenguaje incluyente, el problema no es todes, sino la minoría que lo promueve.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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