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Por Sofía Guadarrama

Después de la fundación del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en 1977, las esposas de los presidentes de México solían fungir como presidentas honorarias de dicho sistema y, a veces, de la Cruz Roja Mexicana. La primera en deslindarse del DIF fue Marta Sahagún, quien optó por la recaudación de fondos a través de la fundación «Vamos México», que al final del sexenio foxista terminó tiznada por la corrupción, extorsiones y escándalos de desviación de fondos. A la fecha, dicha organización sigue recaudando dinero. En 2022, recolectó 16.3 millones de pesos.

En 2018, Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, rechazó el cargo de primera dama y lo calificó como «una idea clasista». Asimismo, rechazó el cargo de presidenta honoraria del DIF y anunció que sería parte del Consejo Asesor Honorario de la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México. Nadie entendió a ciencia cierta a qué se refería tan flamante cargo, viniendo de alguien que se ostenta como escritora, historiadora y doctora. 

López Obrador explicó que esta coordinación tendría el objetivo derescatar y conservar el acervo cultural y artístico de nuestro país, el rescate de bibliotecas privadas y la recuperación de “cosas que están en museos de otros países, garantizando su conservación”. En aquel lejano 2018, eso sonaba prometedor. Por fin una primera dama que se preocupaba por la cultura y la historia.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.