Por Sofía Guadarrama

Hace seis años, una gran mayoría de la población no se tomó en serio el mote de «cuarta transformación». Subestimamos al presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Muchas personas se burlaron. Otras aseguraron que era una exageración. Abundaron las columnas a favor y en contra que analizaron las promesas del presidente y los alcances de la recién estrenada «cuarta transformación». Se le comparó con la Independencia, la Guerra de Reforma y la Revolución Mexicana. Algunos aseguraron que no habría transformación, que todo era una farsa, una cortina, otra pantomima de un nuevo presidente, como esas que se repetían al inicio de cada sexenio. 

Todavía no iniciaba su gobierno, cuando López Obrador dio el primer manotazo y canceló el aeropuerto de Texcoco. Se aseguró que con ello el país entraría en una crisis, algo que ocurrió a medias, pues el sector empresarial aguantó. Resistió el primer embate del presidente. Le siguieron muchos más. Nos cayó la pandemia. El mismo López confesó en su conferencia mañanera que la pandemia le había caído como anillo al dedo. Los creyentes justificaron al pastor que culpó a la pandemia de la desgracia por la que estaba pasando el mundo y, por ende, la crisis económica en el país.

Muchos —no la mayoría— ya sabíamos cuál era la estrategia del presidente y a dónde quería llevar al país, pero teníamos nuestras dudas, temores de que se volviera realidad y esperanzas de que pudiéramos detenerlo. 

AMLO era el único que sabía qué demonios era esa supuesta «cuarta transformación».

El Maquiavelo de Macuspana tenía perfectamente claro qué era su «cuarta transformación» y a dónde se dirigía. Tuvo 12 años para elaborar su proyecto, diseñar los planos, acomodar todas sus piezas en el tablero de ajedrez de la política nacional y jugar con todas las posibilidades. 

Por supuesto que hubo transformación. Justo al final de su mandato. ¿Quién lo iba a imaginar? López Obrador está transformando al país entero, al sistema de gobierno, a las instituciones, a los organismos autónomos, a los empresarios, a los ciudadanos, a la infancia y al crimen organizado.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.