Por Sofía Guadarrama Collado
Una de las fórmulas de la política más eficaces es “crear conflictos para luego solucionarlos”.
La huelga universitaria de 1966, como todas las huelgas estudiantiles en México, fue una manipulación de un grupo de priístas para quitar a Ignacio Chávez y colocar a Javier Barros Sierra como rector. El pleito callejero entre estudiantes del IPN y la UNAM fue tan sólo la carnada para derrotar a Luis Echeverría, entonces Secretario de Gobernación y posicionar a su propio candidato presidencial: Emilio Martínez Manautou, secretario de la Presidencia.
El error de Javier Barros Sierra fue no medir las consecuencias. Díaz Ordaz se encontraba en gira de trabajo el día del bazucazo dirigido a la Preparatoria 1. La orden la había dado Luis Echeverría a Alfonso Corona del Rosal y al Secretario de Defensa, Marcelino García Barragán. Es decir que Echeverría había mordido el anzuelo. Según los pronósticos de Barros Sierra, Echeverría Álvarez había cavado su propia tumba.
Nadie imaginó que podría ocurrir algo peor que el bazucazo. El rector de la UNAM apostó todo. Creyó que las manifestaciones obligarían a Echeverría a renunciar a la Secretaría de Gobernación y a la candidatura presidencial. Se equivocó.
Barros Sierra, al encabezar las marchas de protesta, pasó a la historia como el héroe del 68 pero metió a los estudiantes en una bomba de tiempo. Una malévola disputa por la candidatura presidencial de 1970.
Cuando quiso establecer el diálogo entre universitarios y el gobierno fue demasiado tarde. Luis Echeverría había infiltrado gente al movimiento, inyectado dinero y proporcionado armas para que éste creciera, se saliera de control, se hiciera violento y a su vez se convirtiera en un conflicto nacional. Al mismo tiempo, Echeverría lograba que el presidente Díaz Ordaz encontrara en su Secretario de Gobernación a un funcionario leal y eficiente, capaz de mantener la estabilidad del país ante la inauguración de los Juegos Olímpicos.
El 2 de octubre de 1968 se llevó a cabo la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas por órdenes del secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez.
Irma Serrano, quien fuera la amante de Díaz Ordaz prácticamente todo el sexenio narró en sus memorias:
Gustavo vivía en mi casa (en el Pedregal). Por eso puedo constatar que ese día había ido a visitar cuatro pueblos incomunicados de Jalisco y cuando regresó el 3 de octubre, azotaba las puertas, y cuando localizó a Echeverría, que no quería darle la cara, lo llenó de injurias y lo gritó “¡Asesino!” Recuerdo muy bien una conversación que tuvo con Echeverría días antes de marcharse a Guadalajara. Ordenaba que bajo ningún motivo se tocara a los estudiantes. El responsable fue el gusano, que dictó las órdenes precisas. Y se le pasó la mano. Díaz Ordaz se echó toda la responsabilidad a cuestas porque así era su carácter: orgulloso a cual más.
El primero de septiembre de 1969, al rendir su quinto informe de Gobierno, Gustavo Díaz Ordaz dijo: Asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno federal del año pasado.
Fue un acto responsable y valiente, pues a fin de cuentas él era el presidente y debía asumir la culpa que le correspondía por todo lo que ocurriera en el país. Muy diferente a la actitud de López Obrador de culpar a los expresidentes, a los neoliberales, conservadores, opositores y a la prensa.
Gustavo Díaz Ordaz fue el último gran presidente de México. Gracias a él se alcanzó el estatus económico más alto:
1. Crecimiento sostenido anual de 7%.
2. Inflación de 3%.
3. La deuda externa más baja de la historia: $3,800 millones de dólares.
4. El dólar se mantuvo a $12.50 desde finales del gobierno de Ruíz Cortines hasta la salida de Díaz Ordaz. Es decir, doce años de estabilidad.
Pero Luis Echeverría se encargó de ensuciar su imagen durante todo el sexenio, lo mismo que hizo López Obrador con la reputación de Felipe Calderón.
Años después de haber dejado el cargo, Gustavo Díaz Ordaz dijo: “A mí me hacían chistes por feo, a Luis Echeverría, por pendejo”.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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