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Por Sofía Guadarrama Collado

México es un país pluricultural y pluriétnico. Sin embargo, abundan quienes siguen sin entenderlo y exigen que la corona española pida perdón por la Conquista, pero veneran a la virgen de Guadalupe. O repudian el Halloween con el argumento de que no pertenece a nuestras raíces, como el día de muertos, lo cual también es una creencia errónea.

En el año 741, el Papa Gregorio III estableció el 2 de noviembre (originalmente 1º de noviembre) como Día de todos los santos y todas las almas; exactamente lo mismo que celebraban los ingleses en la iglesia ortodoxa, llamado AllHallow's Eve, «vigilia de todos los santos», que en Estados Unidos transmutó en Halloween.

Por otra parte, la mayoría de las y los mexicanos creen que el día de muertos que actualmente celebramos tuvo su origen en la cultura azteca. Falso.

Los mexicas lo celebraban en la novena veintena del calendario mesoamericano (al inicio de agosto), y duraba poco más de veinte días. 

Los mexicas no comían pan de muerto. El pan es un alimento traído de Europa; y el pan de muerto, además de ser una fusión de lo mesoamericano y lo español, es una representación de la eucaristía, agregada por los evangelizadores españoles a las celebraciones de los mexicas entre 1530 y 1600. 

Lo nahuas no escribían «calaveritas». La escritura de los mexicas sólo era para nombrar lugares, personas y deidades. No tenían una grafía con verbos, adjetivos o preposiciones. Lo que hoy conocemos como náhuatl escrito, surgió tras la llegada de los españoles.

En la era prehispánica conservaban cráneos como trofeos y los exponían durante los rituales para simbolizar la muerte. Los mexicas no comían calaveritas de azúcar. No conocían dicho producto. El chocolate lo bebían amargo. Endulzaban algunos alimentos con miel o frutas. El azúcar llegó a América en agosto de 1492, gracias a Cristóbal Colón, quien la trajo de las Islas Canarias. Luego se cultivó en la isla de La Española (hoy en día Haití y República Dominicana) en 1501; y en los años siguientes en Cuba y Jamaica. A México Tenochtitlan llegó gracias a Hernán Cortés. 

Y finalmente, «la catrina» no proviene de los mexicas. Es una sátira creada por el caricaturista José Guadalupe Posada que en tiempos del juarismo y el porfiriato se burlaba de los mestizos e indígenas que iban subiendo de nivel económico y pretendía ser europeos y renegaban de su propia raza, herencia y cultura. Se les llamaba los «garbanceros», precisamente por dedicarse al cultivo y venta de garbanzos. Entonces José Guadalupe Posada, creó «la calavera garbancera» para expresar que los garbanceros andaban «...en los huesos pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz». Diego Rivera la nombró «la catrina», de la palabra «catrín», que definía (a veces de forma despectiva) a la clase social alta, y la eternizó en su mural «Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central», (la calavera con su estola de plumas aparece junto a José Guadalupe Posada, Diego Rivera como niño y Frida Kahlo).

La catrina que hoy conocemos es una invención popular, el resultado de la pésima memoria colectiva de los mexicanos, algo que se desprendió de su origen y que ya no representa una crítica social; es simplemente lo que la gente quiere ver: una calavera graciosa que se burla de la muerte, en un país en el que irónicamente se lamentan miles de homicidios el resto del año. 

La razón por la que hoy en día las y los mexicanos creen que el día de muertos es de origen prehispánico es porque “en el gobierno de Lázaro Cárdenas, un grupo de intelectuales dijo que el día de muertos tenía origen prehispánico y el presidente Lázaro Cárdenas lo estableció tal cual, ya que México acababa de salir de la guerra cristera y necesitaba una reconciliación con la iglesia católica”, Elsa Malvido, historiadora e investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

En opinión de la investigadora, el supuesto origen prehispánico del día de muertos fue promovido por el gobierno de Lázaro Cárdenas como una forma de fomentar el nacionalismo.

“La mayoría de los etnólogos, antropólogos arqueólogos formados en la Escuela Nacional de Antropología e Historia —apoyo incondicional de la ideología cardenista—, han escrito sobre el día de los muertos participando de la idea ‘tradicional’ del origen prehispánico de dicha costumbre. Cuando más, aceptan la posibilidad de un sincretismo con los ritos católicos y han intentado a toda costa meter el 1 y 2 de noviembre dentro de ese calendario ritual mexica, considerándolo como general al territorio mexicano del siglo XX, aunque en muchos lados les resulte ajeno”.

El día de muertos que hoy se celebra en México lo establecieron los españoles. De acuerdo con el arqueólogo EnriqueVela,  

“La celebración de Todos Santos el día 1o. de noviembre se inició en el siglo XI por iniciativa del abad de Cluny, y se buscaba honrar así a la multitud de creyentes que habían muerto en los primeros tiempos del cristianismo. A partir del siglo XIII, la Iglesia romana formalizó su presencia en el calendario litúrgico.

„En los reinos católicos de León, Aragón y Castilla se tenía la costumbre de preparar para la celebración del día de Todos Santos ciertos alimentos como dulces y panes que imitaban las reliquias (los huesos que se suponía habían pertenecido a los santos). Esas réplicas en dulce de los huesos podrían ser canillas con miel, aunque hubo otras que semejaban distintas partes del cuerpo: cráneos, astillas de hueso y hasta esqueletos completos. En España y Nueva España, a esos dulces que imitaban las reliquias de los santos se les llamó alfeñiques, de los cuales los más demandados eran los que elaboraban las monjas de Santa Clara y San Lorenzo.

„Éstos sólo podían adquirirlos los ricos, por lo que el resto de la población compraba los que se hacían en moldes de barro con azúcar derretida. También se elaboraban panes con forma de niños cubiertos con azúcar rosada o panes redondos con los huesos alrededor. El establecimiento del 2 de noviembre como día de los fieles difuntos ocurrió en el siglo XIV, a consecuencia de la mortandad ocasionada por las epidemias que asolaron Europa en ese entonces” (Arqueología Mexicana, edición especial núm. 77, p. 82).

El altar de muertos también tiene origen europeo y no prehispánico. En la fiesta de todos los santos, se llevaba a cabo una peregrinación, iglesia por iglesia, hasta llegar a la catedral, para ganar indulgencias. El número de reliquias visitadas era equivalente a los años de perdón obtenidos. En su camino compraban pan o dulces de azúcar, a forma de reliquia. Actualmente se pueden conseguir en estas fechas calaveras y panes con forma de hueso de todos santos. Al llegar a la catedral, el sacerdote bendecía estos panes y dulces para que los feligreses los colocaran en sus casas, generalmente en la mesa junto al santo familiar.

En los reinos de León, Aragón y Castilla preparaban dulces (con forma de huesos, cráneos y hasta esqueletos completos) y panes (con forma de niños cubiertos con azúcar rosada o panes redondos con los huesos alrededor) para la celebración del día de todos santos, a los que llamaban «alfeñiques», los cuales sólo podían comprarlos la gente adinerada. Dicha costumbre se exportó de España y Nueva España.

Los mexicas recordaban a sus muertos en el huei miccailhuitl, «gran día de muertos», (nombre del décimo festival anual), que se realizaba en la veintena Xócotl Huetzi, que quiere decir: «cuando madura la fruta», del 24 de agosto al 13 de septiembre; y en la décimo séptima veintena del calendario prehispánico llamada títitl, que significa «vientre», y transcurre entre el 11 de enero al 30 de enero.

Es decir, celebraban veinte días, únicamente durante los primeros cuatro años después de su muerte. No más. Ya que eso es el tiempo que consideraban que los muertos tardaban en llegar a cualquiera de los cuatro paraísos: Míctlan, Tlalocan, Tonátiuh Íchan o Cincalco

Para ello cortaban un árbol llamado xócotl, le quitaban la corteza, lo adornaban con flores, construían una figura de madera que simbolizaba a su difunto. (Si era mujer, la vestían con sus naguas y le ponían delante escudillas y otras cosas de casa; y si era hombre, lo vestían con una manta rica, un maxtlatl y un bezote de obsidiana). Le colocaban una yacaxiuitl, que quiere decir «nariz de hierba» y en la parte posterior de la cabeza unas plumas de guajolote, una vara con unos papeles que ellos llaman amatl. Luego le ponían muchos perfumes. Sobre un petate le colocaban mucha comida y convidaban a los pipiltin. Se sentaban delante de esta figura en compañía de dos o tres personas y entonaban cantos para los muertos mientras tocaban sus tamborcillos. Luego le ponían fuego a la tea y quemaban todo cuanto allí tenían puesto. Finalmente realizaban danzas frente al fuego toda la noche, subían a los techos de las casas y llamaban a sus muertos.

En la mayoría de las ciudades de Mesoamérica no enterraban a sus muertos; los incineraban. Los únicos personajes a los que les construían féretros, mausoleos y se realizaba el tlamanalli, «sacrificio u ofrenda» eran a los gobernantes de algunas urbes, como Palenque, Monte Albán, Cholula, por mencionar algunas.

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@SofiaGuadarramaC

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