Por Sofía Guadarrama Collado
Primera parte
Muy poca gente sabe que, en 1810, al inicio de la Guerra de Independencia, la gente de Badiraguato, Sinaloa, también se levantó en armas, con lo cual en 1811 sacó al gobierno virreinal de su ciudad y declaró su independencia. Esta declaratoria no pasó de ahí, pero quedó como registro de lo bravos que han sido sus pobladores desde hace más de 200 años.
Para infortunio nuestro, Badiraguato es mundialmente famoso por los capos que han nacido en su tierra: Miguel Ángel Félix Gallardo, alias «el Padrino»; Ernesto Fonseca, «don Neto»; Rafael Caro Quintero; Joaquín, «el Chapo», Guzmán; los hermanos Beltrán Leyva, entre otros.
Cien años después de la declaratoria de independencia de Badiraguato, en Sinaloa se hizo popular un bandolero llamado Jesús Malverde, al que —después de su muerte en 1909— le han adjudicado decenas de leyendas, las cuales lo han convertido en el Robin Hood mexicano, y en santo milagroso entre pobres y delincuentes de Sinaloa.
La violencia en Sinaloa aumentó a partir de la década de 1950, entre pobladores que se peleaban por la tierra a machetazos. Por aquellos años comenzó el contrabando de mercancía norteamericana que era prohibida en México, por el simple hecho de que no había un tratado de libre comercio y las importaciones legales aún no eran tan comunes. Asimismo, en los 60, empresarios y hacendados de muy buena reputación comenzaron a sembrar marihuana y opio, ya que no era mal visto.
De acuerdo con el investigador y escritor Malcolm Beith, “los hombres a cargo del comercio de droga eran principalmente políticos o miembros de una élite social. Algunos se dedicaban a la agricultura, unos a las importaciones. Eran hombres de negocios, no narcos. La palabra «narco» ni siquiera existía”. A los campesinos encargados del cultivo se les llamaba gomeros o buchones.
El apodo de gomero proviene de la recolección de goma de opio.
El mote de buchón se debe a que los campesinos de la sierra no tenían dinero para comprar sal, un producto caro en la zona, entonces no lo consumían y, por ende, desarrollaban bocio, un crecimiento anormal de la glándula tiroides, que se encuentra en la base del cuello, debajo de la nuez de Adán, y que los locales comparaban con el saco gular en el pico de los pelícanos.
En la actualidad, la palabra buchón hace referencia, principalmente a los narcotraficantes de Sinaloa; y buchonas, a las mujeres que suelen tener relaciones amorosas con ellos.
Hace 60 años, los buchones eran campesinos que cultivaban marihuana y opio; mientras que sus jefes, los dueños de la tierra, eran empresarios exportadores. Entre ellos surgió Miguel Ángel Félix Gallardo, un expolicía y guardaespaldas del gobernador de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis. En aquella época estaban en pañales. Los traficantes de alto calibre estaban en Colombia, de donde se exportaban miles de toneladas de cocaína y marihuana. Tantas que no se daban abasto.
Fue entonces que México se convirtió en el punto intermedio entre Colombia y Estados Unidos. Los colombianos traían la droga a Sinaloa en barcos y aviones, y los sinaloenses la transportaban en camiones al otro lado.
Pero el narcotráfico no trabajaba solo. En 2010, en una entrevista de la periodista Anabel Hernández a un hombre identificado como «el Informante», publicó que: “eran los tiempos en que el gobierno tenía bajo un control casi total la siembra y el trasiego de la droga. No había casi ningún cargamento que no pasara por el permiso y la vigilancia del Ejército, de la Dirección Federal de Seguridad y la Policía Judicial Federal.
„El permiso del gobierno federal costaba 60 dólares por kilo: 20 dólares para el jefe de la zona militar, 20 para la Policía Judicial y 20 para la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
„Mensualmente una maleta recorría el país hacía su viaje desde abajo, desde los que directamente cobraban el dinero hasta la oficina del procurador…se perdía de mano en mano hasta llegar a Los Pinos”.
Al inicio de los 70, el control de la droga lo tenían los colombianos. Los mexicanos eran sólo los intermediarios. Aun así, en 1971, el presidente Richard Nixon decretó que el abuso de las drogas era un asunto de emergencia nacional. Dos años más tarde se creó la DEA. A mediados de los 70, los sinaloenses ya controlaban el 75 % de la heroína que se infiltraba a los Estados Unidos.
En 1974 el gobierno de Estados Unidos, con Luis Echeverría en la presidencia de México, implementó la Operación SEA / M, Special Enforcemente Actuvity in México, también conocida como Operación Trizo. El objetivo era localizar y destruir plantíos de amapola en Sinaloa usando tecnología de localización desarrollada por la NASA y entrenar a elementos de la Policía Judicial Federal para que aprendieran a obtener información de inteligencia.
La Operación Trizo comenzó a finales de 1975, en el Triángulo Dorado: Chihuahua, Durango y Sinaloa. Cinco aviones de la DEA piloteados por mexicanos y vigilados por la DEA, rastrearon la zona. Por parte del gobierno mexicano había tres personajes clave: José Hernández Toledo, dirigente del operativo de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968; Roberto Heine Rangel, pieza claves durante la guerra sucia; y Manuel Díaz Escobar, jefe de los “Halcones”, de la matanza del jueves de corpus el 10 de junio de 1971. Para 1977, ya con José López Portillo en la presidencia, la DEA y CIA habían destruido 90 kilómetros de amapola.
Cabe aclarar que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) ya operaba en México desde 1951 contra el comunismo.
A finales de la década de los 70, la pureza de la heroína que se producía en México era de pésima calidad: 5%, por lo cual sus ventas se fueron por la borda. Los soldados patrullaban la sierra, cateaban las casas, destruían todo a su paso y robaban todo lo que querían. Sin embargo, ningún traficante importante fue arrestado. Miles de campesinos [buchones] quedaron desempleados. Campesinos que no mataban a nadie, que no tenían armas, sólo trabajaban, porque era lo único que había en la zona y que les había dado para comer y vivir modestamente. Más de 2 mil comunidades quedaron en la miseria absoluta y en abandono ya que el presidente López Portillo no hizo nada para crear fuentes de trabajo en la región. Muchos emigraron. Otros cientos murieron de hambre.
De acuerdo con un testimonio de «el Padrino» Félix Gallardo, “la falta de espacio y de empleo los orilló al crimen o murieron de hambre, los niños no acudieron a la escuela, fueron parias sociales y aceptaron empleo en lo que fuera... Trabajar en la ciudad era muy distinto de lo que sabían hacer”.
Malcolm Beith escribió en su libro El último narco, que “aquellos que eligieron quedarse en la sierra sufrieron inmensamente. Miles de soldados patrullaban la sierra sin supervisión, supuestamente robando las cosechas o los animales que habían logrado mantener los que no se habían ido. Las casas fueron cateadas y destruidas. En muchos casos, pequeños pueblos quedaban diezmados; sólo unas cuantas docenas de ancianos pobladores permanecían ahí”.
El gobierno de López Portillo recibió muchas presiones por parte de la sociedad sinaloense que pedía fuentes de trabajo, apoyos a los más necesitados, escuelas, semillas para sembrar otro tipo de frutos o vegetales. Lo que fuera para que pudieran mantener a sus familias.
Entonces López Portillo decidió devolverles sus fuentes de trabajo a los campesinos y rompió su colaboración con la DEA en 1978 y la Operación Trizo quedó hecha trizas.
Inmediatamente después Miguel Ángel Félix Gallardo, alias «el Padrino», Ismael «el Mayo» Zambada, Pablo Acosta Villareal, Juan José Quintero Payán, Juan José Esparragoza y Ernesto Fonseca Carrillo, alias «don Neto» y Rafael Caro Quintero recuperaron el control absoluto del narcotráfico mexicano.
Continuará…
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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