Por Sofía Guadarrama Collado
Chabelo y Pepito contra los monstruos, El barrendero, Mi compadre Capulina, El chanfle, Tin-Tan el hombre mono, Ni Chana ni Juana, Los maistros albañiles, Lola la trailera, La risa en vacaciones, La maldición de la momia azteca, Guerra de likes, Como caído del cielo, El hubiera sí existe, Suave patria, Dime Cuándo Tú, Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando, Mi pequeño gran hombre, Mirreyes contra Godínez, Fachon Models, La vida inmoral de la pareja ideal, Señora influencer y No sé si cortarme las venas o dejármelas largas son tan sólo unas de las tantas vergüenzas del cine mexicano.
Sí, porque si de algo nos debemos avergonzar en México es de las pésimas producciones que se estrenan año con año en cartelera. Hay quienes argumentan que esto se debe a que las productoras hacen mal cine porque la inversión no sale de sus cuentas bancarias, sino del Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (FIDECINE). Algo hay de cierto, pululan los productores que viven de ordeñar las arcas del Estado, pero no es la principal razón por la que en México se produzcan tan malas películas. La realidad es que el público mexicano así lo quiere. Basta con echar un vistazo al pasado y corroborar que las películas de ficheras llenaban las salas de cine. O entrar a Netflix y buscar lo más visto en cine mexicano. ¡Guau! No manches Frida, Te juro que yo no fui, Mirreyes vs Godínez, El amarre, Mi pequeño gran hombre, El exorcismo de Carmen Farías, Cómo matar a un esposo muerto. Pues sí, al cliente lo que pida.
Su pecado: producciones de baja calidad, guiones hechos al ahí se va, direcciones pobres, actuaciones mediocres y temáticas repetitivas. En resumen: cine chatarra. Y la ciudadanía no se queja. Y si lo hace, se queja poco. Nunca habían reclamado tanto en Cinépolis y PROFECO para que les devolvieran las entradas como lo están haciendo con Emilia Pérez.
«Es la peor película del siglo», vociferan algunos. ¿En verdad es peor que Señora influencer? Les daremos el beneficio de la duda. Es una mala película. A mí no me gustan el reguetón ni los corridos tumbados, mas no por ello entro en las páginas de redes sociales de estos “cantantes” para mentarles la madre. Mucho menos compro su música para después exigir que me devuelvan mi dinero. Ni siquiera cuando la comida de un restaurante es decepcionante.
No vengo a defender esta película ni a su director ni a sus protagonistas. Vengo a evidenciar la doble moral de esos mexicanos y mexicanas que hoy se desgarran las vestiduras por la mala dirección, guion, producción y actuaciones de Emilia Pérez, pero que aseguran que no son transfóbicos.
Muchos han criticado a Selena Gómez por su mala pronunciación en español. Cierto. Es una pocha. Y en Estados Unidos abundan los pochos (los nacidos en Estados Unidos de ascendencia mexicana que hablan muy mal el castellano). Tengo una hermana, primas, primos y sobrinos que viven en Estados Unidos y son pochos. ¿Cuál es el problema? ¡Cierto! Se me olvidaba que estábamos hablando sobre una película en la cual los actores hablan español pocho, como el que hablaban Gustavo "Gus" Fring (protagonizado por Giancarlo Esposito), Héctor Salamanca, (protagonizado por Mark Margolis), Tuco Salamanca(protagonizado por Raymond Cruz), y Don Eladio Vuente (protagonizado por Steven Bauer) en la serie Breaking Bad. Y como era Breaking Bad se le perdonaba todo, incluso el español pocho de estos personajes.
En 1993, Televisa produjo un culebrón llamado Dos mujeres, un camino, protagonizada, nada más y nada menos que por el neoyorquino Erik Estrada, estrella en decadencia de la serie de televisión policíaca norteamericana de los años 70, CHiPs, en México Patrulla motorizada. Sí, Estrada era tan pocho como Selena Gómez, pero en México lo amaron.
El fin de semana terminé de ver la miniserie de Netflix, American primeval, ambientada en 1857, durante la Guerra de Utah y basada en un acontecimiento histórico real: la masacre de Mountain Meadows, en la que colonos de Arkansas fueron asesinados por milicias mormonas y la tribu paiute y me preguntaba qué tan indignados podrían estar los shoshones al escuchar la mala pronunciación de su lengua en los labios de las y los actores.
Pero la crítica no para ahí, siguen argumentando que Emilia Pérez tiene una perspectiva extranjera y que el cineasta francés Jacques Audiard, no sabe nada sobre la realidad mexicana. Vince Gilligan tampoco se esmeró mucho en estudiar los problemas de narcotráfico en México. La serie tiene muchas inconsistencias y escenas totalmente sacadas de la realidad. Pero es Breaking bad y no aborda la transexualidad.
Que la película se burla de los desaparecidos y sus familias. ¿En verdad en México les preocuparon los 200 mil homicidios dolosos, los 7,617 feminicidios y los 51 mil 618 desaparecidos del sexenio de López Obrador? ¿A toda esa gente que hoy critica esta película les indigna la desgracia que viven las madres buscadoras? ¿Qué han hecho al respecto? ¿Cuáles han sido sus exigencias?
Que es un musical y las canciones son malísimas. Sospecho que los que critican las canciones de este musical no escuchan reguetón ni corridos tumbados. Se la viven escuchando ópera.
Que no es verosímil que un narcotraficante quiera cambiar de sexo. Supongo que es más verosímil que un niño huérfano millonario se disfrace de murciélago y salga a las calles a capturar maleantes.
Que no es creíble que con la transición de género Emilia se haya convertido en una buena persona. No. Definitivamente no es creíble, pero es ficción y peores bodrios nos hemos tragado. Lo más absurdo es que en la vida real sí existe un personaje así y se llama Jesús Malverde, un bandolero al que, después de su muerte en 1909, le adjudicaron decenas de leyendas, las cuales lo convirtieron en el Robin Hood mexicano, y en santo milagroso entre pobres y delincuentes de Sinaloa.
El verdadero problema de Emilia Pérez para muchos de los quejosos es que trata sobre una mujer transgénero y es protagonizada por una actriz transgénero.
*Sofía Guadarrama Collado, autora prolífica y estudiosa de la historia de México desde hace 24 años. Su excepcional instinto narrativo, así como su conspicua percepción del mundo, la han situado como una de las escritoras mexicanas de mayor venta a nivel nacional.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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