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Por Sofía Guadarrama Collado

El viernes 28 de febrero, los capitalinos que tuvieron la oportunidad de asistir al Zócalo pudieron presenciar un espectáculo en el cual se pretendía conmemorar los 500 años de la ejecución de Cuauhtémoc, el último huei tlatoani mexica, al que denominaron «Funerales de Estado: 500 Años de la Ejecución de Cuauhtémoc».

Como era de esperarse, la presidenta Claudia Sheinbaum fue la encargada de encabezar este circo, en el cual rindió una guardia de honor, y habló de la valentía y resistencia de Cuauhtémoc ante la invasión española. Se habló de su legado como símbolo de soberanía y resistencia cultural y se mencionó que era importante erradicar el racismo y reivindicar a los pueblos originarios.

Lamento si lo que voy a escribir a continuación incomoda a alguna o alguno de nuestros lectores, pero veinticuatro años de estudio respaldan lo que voy a escribir: Cuauhtémoc ni fue un héroe ni mucho menos merecía un homenaje quinientos años después de su muerte. 

Pero vivimos en México —un país en el que, de acuerdo con datos del INEGI, únicamente 6 de cada 10 mexicanos mayores de 18 años leyeron al menos un libro en 2024— y en el que la historia ha sido manipulada con perversidad para adoctrinar a la población.

En estos días me he dado a la tarea de buscar algunas columnas o publicaciones en redes sociales sobre la muerte de Cuauhtémoc y su supuesta defensa del pueblo mexica. No es que jamás lo haya leído. He escrito 15 libros sobre los mexicas. Pero esta semana pretendía averiguar la opinión popular y descubrí que incluso algunos columnistas están alineados con la historia oficial. 

En México se idolatra a Nezahualcóyotl y a Cuauhtémoc de forma inmerecida. Del primero, escribiré algún día en esta columna. Hoy, me tomo la confianza de compartir con ustedes un extracto de mi libro Señores del Anáhuac

Cuauhtémoc, «águila que desciende» [cuauhtli, «águila», temohuia, «descender», y -c, sufijo flexivo que indica persona o lugar] o «sol que desciende», pues los nahuas asociaban el águila con el sol, en especial la nobleza. Erróneamente se ha traducido como «águila que cae», no obstante, en náhuatl «caer» es actihuetzi

Nació aproximadamente en 1500. Su lugar de nacimiento sigue siendo una incógnita. Sobre Cuauhtémoc se sabe muy poco. Lo cierto es que fue un desconocido en la historia de México-Tenochtitlán hasta su juramento como tlatoani. Ni siquiera en el gobierno de Cuitláhuac se le menciona. Ahora bien, queda claro que no era un desconocido para los mexicas, pero tampoco fue un político sobresaliente. Si las crónicas no lo mencionan es porque no era un personaje importante hasta ese momento, lo cual es absolutamente comprensible: estamos hablando de un joven de veinte años, aproximadamente.

Cuando comenzaron las batallas entre españoles y mexicas, Cuauhtémoc no tenía experiencia en las armas. Por lo cual se deduce que su inexperiencia en la guerra lo llevó a tomar decisiones erróneas. Es justo cuestionarnos, ¿si era un desconocido, por qué lo eligieron? 

Por dos razones: tras la Matanza del Templo Mayor, la batalla en la noche de la huida de los españoles y la epidemia de la viruela, la nobleza mexica se había reducido, casi podríamos asegurar que estaba al borde de la extinción, pues debemos tener en cuenta que sólo en el primer evento fueron asesinados alrededor de seiscientos pipiltin, «nobles». Entonces las probabilidades de que Cuauhtémoc fuera electo crecieron de manera inimaginable, incluso para él mismo. 

Tras la muerte de Cuitláhuac, quien gobernó entre cuarenta y ochenta días, había otros candidatos al gobierno con mayores probabilidades de ser electos: Chimalpopoca, Axopacatzin, Axayaca y Xoxopeualloc, los cuatro hijos de Moctezuma. El primero murió días después de la huida de los españoles, al parecer por una herida cuando. El segundo fue asesinado por Cuauhtémoc. De acuerdo con el oidor Zorita, Axopacatzin pretendía reunirse a Cortés en Tepeaca para alcanzar un acuerdo de paz. De los últimos dos, se dice que Cuauhtémoc también los mató porque estaban en contra de sus decisiones como tlatoani.

Al ser electo tlatoani, Cuauhtémoc se mantuvo en Tenochtitlan, evidentemente por su inexperiencia en el campo de batalla. No hay que olvidar que en la cultura nahua los gobernantes salían a la guerra, pero el tlatoani tenía otra lucha: la interna, la de los miembros de la nobleza que estaban a favor de seguir combatiendo al enemigo y la de los que abogaban por la paz, lo cual resulta verdaderamente sensato; la matanza del Templo mayor, las batallas antes de la huida de los españoles, la viruela, los combates al quedar la isla sitiada y el hambre, razones más que suficientes. Para quitarse aquel peso de encima, el joven tlatoani mandó matar a todos los detractores, incluyendo al cihuacóatl Tzoacpopocatzin, nieto de Tlacaélel. 

Finalmente, Cuauhtémoc llevó a los mexicas a un suicidio colectivo.

Los mitos y las leyendas han rebasado a la historia y creado un héroe inexistente, una figura idealizada. Comenzando por su supuesta valentía en las batallas. 

«Ninguna fuente habla de que Cuauhtémoc interviniera en la lucha o se ocupara de ella, como si fuera el emperador remoto», Hugh Thomas.

Hernán Cortés mandó construir una docena de bergantines. Llegado el día, entró a Tenochtitlan por los canales. Para ganar terreno, Cortés decidió bombardear con sus cañones las construcciones que se hallaban a su paso. Él mismo menciona que le dolió tener que destruir una ciudad tan hermosa. Los mexicas comenzaron a tapar los canales en las noches para que los bergantines encallaran. Entonces Cortés enviaba a sus aliados tlaxcaltecas y texcocanos para que limpiaran en el paso.

Ixtlilxóchitl, el joven, tlatoani de Tetzcuco, ofreció lealtad a Cortés desde su llegada, lo cual lo convierte en el verdadero traidor. Disolvió la Triple Alianza.

Mientras tanto Cuauhtémoc se negaba a aceptar la rendición. No le importaba que su pueblo estuviera muriendo de hambre y de sed. Había cadáveres amontonados por todas partes. La gente bebía el agua del lago, insalubre. Muchos de los miembros de la nobleza le rogaban que cesara los combates, pero él se negaba. Luego pidió ayuda a los señores de Tlatelolco, quienes desde el gobierno de Ahuízotl eran un pueblo independiente. Tlatelolco aceptó con una condición, que, terminada la guerra, si ganaban, ellos tendrían el control absoluto del excan tlatolóyan, «gobierno entre tres» (la Triple Alianza). Cuauhtémoc aceptó. En otras palabras, regaló su reino para salvar su vida. El gobierno mexica se trasladó a Tlatelolco.

Cortés avanzó hasta llegar al centro de México Tenochtitlan. Aunque sabía que la ciudad era suya decidió esperar. Constantemente enviaba mensajeros para pedir la rendición de Cuauhtémoc, pero él se negaba, y al que se atreviera a contradecirlo, lo mandaba matar.

El 13 de agosto de 1521, Cuauhtémoc se subió en una canoa junto con su familia y huyó de Tlatelolco, donde se resguardaba mientras los españoles sitiaban la isla. Abandonó a su pueblo cuando más lo necesitaba. 

Al hallarse frente a Cortés le pidió que lo matara con su daga.

Bien escribió Thomas Carlyle: «Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate»

Moctezuma Xocoyotzin y Cuitláhuac, jamás abandonaron a su gente ni se rindieron. Moctezuma Xocoyotzin luchó, aún preso, contra los españoles, al grado de dejarse morir.

Cuauhtémoc fue presentado ante el pueblo mexica al día siguiente de su captura. Días después fue llevado a Coyoacán, no por su seguridad ni por el confort, sino porque la ciudad apestaba a muerte. El ambiente era insoportable, las escenas inauditas.

Mientras los tlaxcaltecas y demás aliados saqueaban la ciudad, los hombres de Cortés torturaban a Cuauhtémoc para que confesara dónde estaba el famoso tesoro de Moctezuma. 

Cuauhtémoc no tenía idea de lo que estaban hablando. Entonces le vertieron una cubeta de aceite hirviendo sobre los pies. Es falso que se los hayan quemado con fuego. Luego se fueron contra Tetlepanquetzaltzin, señor de Tlacopan quien, en medio de la tortura, le rogaba a Cuauhtémoc confesar y éste le respondió: 

«¿Estoy yo en algún deleite o un temazcali?» Con el paso de los años la gente cambió esta frase a «¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?» Aquí se demuestra que la relación entre ellos dos no era buena. Y es obvio, no se conocían. 

Se dice que Cuauhtémoc y Tetlepanquetzaltzin quedaron lisiados de los pies por el resto de sus vidas. Se ignora por completo qué ocurrió en los siguientes años. Se sabe que Cuauhtémoc aceptó gobernar la ciudad, pero desde la esclavitud. Podía salir y hablar con la gente, pero siempre seguido por sus carceleros. En este lapso hubo una emigración masiva. México Tenochtitlan quedó casi despoblada. Los que decidieron quedarse se entregaron como esclavos a los españoles. Las mujeres además de asumir una esclavitud se vieron forzadas a resistir abusos sexuales.  

En octubre de 1524, tres años después de la caída de Tenochtitlan, Cortés decidió ir a las Hibueras, hoy en día Honduras, en una expedición que recorrió más de la mitad del actual territorio mexicano. Cortés sabía que le quedaba muy poco como gobernador de la Nueva España y que la Corona no le perdonaría nada.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.