Por Sofía Guadarrama Collado
Llegamos a la decadencia y no nos dimos cuenta.
A lo largo de la historia, varias civilizaciones han caído en decadencia, debido a una combinación de factores internos y externos, como los declives políticos, económicos, sociales y culturales, que debilitan su estructura.
Las decadencias históricas suelen ser el resultado de la corrupción, la mala administración, desigualdades sociales, crisis económicas, problemas políticos, pérdida de valores culturales, invasiones y amenazas militares, cambios ambientales o climáticos, y las presiones culturales, religiosas o ideológicas.
Algunos ejemplos de decadencias a lo largo de la historia son la desaparición de la civilización maya, la caída de Teotihuacán, del imperio tolteca y del imperio mexica, el cual no cayó precisamente por la llegada de Hernán Cortés, sino que implosionó. Fueron los mismos pueblos subyugados los que derrocaron a Tenochtitlan. Otros ejemplos, son las caídas de los imperios romano, bizantino y persa; la decadencia de la dinastía Qing en China y la caída de la Unión Soviética.
Hoy, nos toca presenciar y sufrir la decadencia de Estados Unidos y México. La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos por segunda vez, será, inevitablemente, la causa de la decadencia del país más poderoso del planeta. Las amenazas de aranceles —entre otras barbaridades— son los cartuchos de dinamita que el mismo Trump le está colocando a los pilares de la economía estadounidense. E inevitablemente, ese derrumbe afectará a México.
Ojalá fuera ése el único motivo de la decadencia en México, pero no es así. En los últimos tres sexenios, nuestro país ha ido abonando cada día a esta decadencia.
México tuvo un auge durante los gobiernos de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortínez, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Y a pesar de la desgracia de haber tenido a Luis Echeverría y José López Portillo en Los Pinos, México no llegó a la decadencia. Generaron crisis económicas. Sí. La corrupción creció. Sí. No obstante, México salió adelante después de los terremotos del 85 y la crisis económica que le heredaron a Miguel de la Madrid. Las siguientes cinco presidencias, para bien o para mal, ayudaron a mejorar un poco lo poco que íbamos ganando.
En los años 90, México vivió el inicio de la democracia con Ernesto Zedillo. Muy a pesar de la crisis económica al inicio de ese sexenio, se dio la mayor apertura a la democracia que México había vivido. Se creó el IFE y una larga lista de organismos autónomos. La Suprema Corte de Justicia de la Nación por primera vez fue autónoma. Además de que, en el año 2000, por primera vez en la historia tuvimos una alternancia en la presidencia.
Llegamos a fin de siglo con muchísimos logros que no supimos apreciar porque nos dejamos llevar por la queja colectiva y el odio que se nos infundió desde la izquierda mexicana. Una izquierda a medias. Una izquierda oportunista. Una izquierda mentirosa que nos señaló todo lo que habían hecho mal los gobiernos priístas al mismo tiempo que nos ponía una venda en los ojos para que no viéramos lo que construyeron en 90 años: carreteras, drenaje, instalaciones eléctricas, agua potable, hospitales, escuelas, universidades, programas, y una larga lista de cosas que el México porfirista no vivió y que el México de Benito Juárez tampoco y mucho menos el post independista.
Los gobiernos priístas y panistas también pecaron de corruptos y también fueron parte de este declive, pero no fue hasta que llegó Andrés Manuel López Obrador que le abrió las puertas de par en par a la decadencia con su corrupción, su pésima administración, su siniestra post verdad, la malévola polarización, el odio que propagó cada mañana y su perverso abrazos no balazos, que hizo un pacto descarado con el crimen organizado y le entregó el país. Hoy el 30 por ciento del territorio está bajo el control del crimen organizado.
Llegó la normalización del horror: 200 mil homicidios dolosos, 7617 feminicidios, 51 mil 618 desaparecidos,72100 cuerpos sin identificar, 7000 fosas clandestinas e innumerables campos de exterminio no estremecieron al país.
Hay que admitir que la modernidad, la tecnología y las redes sociales también han abonado a la decadencia en nuestra sociedad. Hoy nuestra ciudadanía es más ignorante que antes a pesar de tener más herramientas como el internet, computadoras, teléfonos celulares e inteligencia artificial. Las nuevas generaciones ya no quieren el aprendizaje complejo y se van por la inmediatez, la respuesta rápida y básica.
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