Por Sofía Guadarrama Collado
Hoy comienzo a escribir La tómbola, una serie de relatos breves escritos exclusivamente para Opinión 51.
1. Baila.
Ella baila y llora con todas sus fuerzas. Está bailando afuera de una de las sucursales de Banteayuda, pero la gente no la ve. Su rostro y su cuerpo están empapados en sudor. Baila a 35 grados mientras Celia Cruz canta que la vida es un carnaval. No debería estar aquí. Debería estar en la escuela.
Baila y llora. Llora como nunca. Llora porque aquí nadie la ve. La botarga se ha convertido en su domo, un escudo que no quería, que no debería necesitar.
Baila dentro de una botarga con forma de Sor Juana salida de un fajo de billetes de mil pesos afuera del peor banco del país, el de la cancioncita en los comerciales: «Banteayuda, el banco que sí te ayuda». El mismo en el que los empleados les roban a los ancianos el dinero de sus pensiones.
Ella baila salsa, cumbias, norteñas y hasta reguetón. Todos los días, de diez de la mañana a cinco de la tarde. Baila mientras llora y exprime su coraje. Piensa: «Yo no debería estar aquí».
La gente que camina por la acera le sonríe a la Sor Juana salida del enorme fajo de billetes. Algunos alzan las manos para chocar las palmas con la botarga. Nadie sabe que ella está dentro de la botarga. Nadie imagina que es ella y no él. Y a casi nadie le importa si tiene calor o sed. Sólo en dos ocasiones gente que iba saliendo de la tienda de enfrente se acercó para regalarle una botella de agua.
Un día, un grupo de adolescentes pasó junto a ella y les pareció gracioso taclear a la botarga de Banteayuda… «el banco que sí te ayuda». Ella, pudo mantener el balance y evitar caer al piso, como le ha pasado a la botarga de la rosticería a dos cuadras. El mismo botarguero que un día la invita a participar en una competencia de baile de botargas en la Plaza de la Alegría.
—Vamos, Sor Juana —le insiste el Pollo de la rosticería un día que la ve descansando sin la cabeza de la botarga.
Ella no acepta. No hace esto por diversión.
—¿Entonces por qué lo haces? —le pregunta una mujer en minifalda que tiene varios minutos ahí parada.
—Nomás —responde Ella sin quitar la mirada del Jesse’s, un table dance que se ubica frente a la sucursal de Banteayuda… «el banco que sí te ayuda».
—No, Sor Juanita, una no baila nomás porque sí —le responde la mujer al mismo tiempo que enciende un cigarrillo.
El dueño de la rosticería le grita al pollo y éste regresa corriendo.
—¿Quieres bailar allí, Sor Juanita? —Señala con la frente.
—No. —Niega Ella con la cabeza al mismo tiempo que se agacha—. Ni loca.
—Mira nomás, Sor Juanita, qué pinche devaluada te dieron en este gobierno mierdero. Cien pesos. A don Benny lo inflaron a los 500. Y a mi Frida hermosa, me la desaparecieron.
Ella sonríe por primera vez en todo el día.
—Yo te puedo conseguir chamba en el Jesse’s y hasta clientes, si es lo que necesitas. Tengo varios años trabajando ahí.
—No, gracias. —Le da la espalda avergonzada.
La mujer camina hacia ella, la toma de la barbilla y la mira fijamente.
—¿Has estado llorando? —Tira el cigarrillo al asfalto.
Ella traga saliva.
—¿Estás stalkeando a…? —Abre los ojos y la boca con asombro y sonríe—. ¡No me digas, Sor Juanita que eres de esas novias celópatas que espían al novio!
Ella niega con la cabeza y sin poder evitarlo comienza a llorar.
—A mí no me engañas. Tengo mucho kilometraje, Sor Juanita…
En ese momento se acerca un auto y se detiene.
—Luego seguimos platicando, Sor Juanita. —La mujer camina apresurada hacia el auto—. Ya llegó mi Uber.
Ella se pone la cabeza de la botarga y comienza a bailar. También llora, no sólo porque se siente descubierta. Ella solicitó este empleo para vigilar la puerta del Jesse’s. Mientras baila, no hace otra cosa más que dirigir la mirada a esa puerta. Observa cuidadosamente a cada uno de los hombres que entran. Incluso cuando descansa.
Lo hace para capturar al hombre que la violó. Un tipo que la secuestró una noche que ella iba caminando a una fiesta. Le ofreció llevarla, ella se negó, pero él insistió y la siguió desde su auto, hasta que llegaron a parte solitaria, se bajó del coche, la secuestró y la violó. Intentó matarla, pero ella logró escapar.
Inmediatamente pidió ayuda en una farmacia. Los empleados llamaron a la policía. En el Ministerio Público le preguntaron: ¿Conoces al agresor? ¿Te le insinuaste? ¿Le pediste que te llevara en su auto? ¿Cómo se llamaba? ¿Has tenido relaciones sexuales con otras personas recientemente? ¿Por qué estabas en ese lugar a esa hora? ¿Intentaste resistirte? ¿Estás segura de que no lo provocaste de alguna manera? ¿Por qué ibas sola de noche? ¿Por qué ibas vestida así? ¿Por qué no le pediste a un familiar que te llevara? ¿Sí sabes que a esta hora las calles son peligrosas? ¿Segura que no es tu ex novio? ¿Estabas bajo la influencia del alcohol o drogas? ¿Por qué no gritaste o pediste ayuda? ¿Estás segura de que no fue consensuado? ¿Por qué no denunciaste antes?
Y entre tantas preguntas, a ella se le fue la vida en ese momento. Sabía que las autoridades no moverían un dedo para encontrar al agresor.
Para su mala fortuna, un día que fue a retirar dinero del cajero automático de Banteayuda vio al hombre que la violó. De inmediato se metió al banco y lo siguió con la mirada hasta que entró al Jesse’s. No pudo contenerse y comenzó a llorar y a temblar de miedo. Dos empleados le preguntaron qué le ocurría. Ella alzó la mirada y vio el letrero que solicitaban personal y se aferró a él como a un salvavidas.
—Estoy buscando trabajo.
El único puesto disponible era de botarguero. Rogó que le dieran el trabajo. Incluso se ofreció a hacerlo gratis. Tenía la esperanza de un día volver a ver al tipo que la violó para llamar a la policía y que lo arresten, pero eso no ha ocurrido y probablemente no suceda.
Y aunque quizá nunca lo vuelva a ver y no logre obtener justicia, Ella ha aprendido a sacar su rabia dentro de la botarga. Así funciona en la vida, cada vez que tenemos un problema fuerte, no nos queda otra más que meternos en nuestra botarga y llorar mientras bailamos para que nadie se entere que estamos sufriendo.
Como bien dice la canción, la vida es una tómbola, aunque no siempre de luz y de color, ya que nuestros destinos, no siempre corren con la misma suerte.
¿Quién hace girar la tómbola?
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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