Por Sofía Pérez Gasque
En México, la maternidad se presenta como una de las piedras angulares de la identidad femenina. Desde pequeñas, las mujeres somos educadas con la expectativa de que, en algún momento de nuestras vidas, asumiremos ese rol: ser madres. Sin embargo, cuando el camino hacia la maternidad se ve obstaculizado por problemas biológicos, cuando los tratamientos médicos no dan resultados, o cuando simplemente la maternidad no es una elección, las mujeres nos enfrentamos a una sociedad que juzga, etiqueta y, muchas veces, excluye.
A mis 41 años, pasé por procesos de fertilización in vitro, ciclos de esperanzas y desilusiones, y todo el desgaste emocional que conlleva la búsqueda constante de algo que no llegaba. La presión social fue importante. “¿Y para cuándo los hijos?”, preguntaban sin cesar, y cuando mencionaba que no podía tenerlos, la siguiente pregunta inevitable era: “¿Por qué no adoptas?”.
La discriminación hacia las mujeres que no somos madres no solo se da en el ámbito personal, sino también en el entorno laboral. Según un informe de la ONU Mujeres, las mujeres sin hijos enfrentan mayores desafíos para acceder a promociones o posiciones de liderazgo en comparación con aquellas que son madres. Además, un estudio realizado por Gallup reveló que las mujeres sin hijos experimentan un 25% más de dificultad para equilibrar las expectativas laborales y familiares, lo que las coloca en una situación desventajosa frente a sus colegas que cumplen con los estereotipos tradicionales de la maternidad. Esta discriminación se manifiesta en comentarios como: "Ah, por eso tienes tiempo para tu carrera profesional", como si las mujeres sin hijos estuvieran “menos comprometidas” o tuvieran menos responsabilidades.
Según un estudio de la UNAM, el 60% de las mujeres sin hijos han enfrentado comentarios despectivos y juicios de su entorno. En nuestra cultura, las mujeres sin hijos somos vistas a menudo como “egoístas”, “incompletas” o incluso “frustradas”.
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