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El mundo navega en la inestabilidad política y económica; no acaba la pandemia y Rusia ya invade a Ucrania. Los combustibles fósiles y los granos se encarecen y el sistema financiero mundial lo resiente. Señal de que el conflicto económico mundial será de largo plazo es que inversiones millonarias han estado abandonando ese mercado: Adidas, Amazon, Spotify, McDonalds, JP Morgan, Fedex, Deloitte, Disney, Toyota, Visa, Samsung, Uber, Boing, FIFA, Siemens.

En México, la guerra aún suena lejana. No acabamos de entender cuánto y cómo nos afectará en el bolsillo. Tampoco tenemos mucho que hacer, salvo esperar las consecuencias de las decisiones que tome nuestro gobierno en materia económica. Es probable que en pocas semanas empecemos a experimentar los inevitables efectos del aumento en los precios internacionales de las gasolinas, la luz, el gas, los granos.

La pregunta es si el gobierno lo está haciendo bien. Mi respuesta es que los estímulos y subsidios que el gobierno mexicano asigna con nuestro dinero salen carísimos y no tendrán el efecto deseado, tanto por insostenibles –el petróleo que vendemos no es infinito; Pemex no ha invertido tanto en explorar dónde hay más ni en cómo sacarlo– como por que el interés del gobierno está puesto en evitar el descontento popular por “un gasolinazo”, no en evitar que las familias más pobres se queden con hambre –los programas sociales vigentes han probado estar mal asignados–, en mejorar los ingresos laborales de los hogares –el salario mínimo no les aplica a las personas que trabajan en la informalidad, que son la mayoría– o en incrementar la productividad de las y los trabajadores.

Durante la pandemia no se otorgaron suficientes estímulos fiscales ni apoyos o créditos para que los micro y pequeños negocios no cerraran: escasos 39 mil millones de pesos en 2020 que no alcanzaron ni para atender al 10% de los potenciales beneficiarios; 3 mil millones de pesos en 2021 y nada en 2022. NADA.

En tiempos de guerra, el dinero extra que el gobierno está recibiendo por el elevado precio del petróleo mexicano se destina a abaratar la gasolina porque eso genera apoyo político, pero no garantiza que las infancias regresen a la escuela ni que más mujeres puedan salir a trabajar a cambio de un sueldo ni disminuye la informalidad laboral ni nada que nos deje en mejores condiciones económicas en el mediano plazo. Vaya, ni vacunas para los menores compran.

Estamos desperdiciando la posibilidad de invertir en escuelas de tiempo completo, en agua corriente, pizarrones y telecomunicaciones para los planteles escolares, en capacidad hospitalaria definitiva, en mejorar los padrones de beneficiarios para que los apoyos directos lleguen a quienes más los necesitan –que eran ya 10 millones de personas tras la pandemia y posiblemente serán más si no cambiamos el rumbo–.

La evaluación de cómo el gobierno ha manejado la economía se ha deteriorado desde finales del año pasado. La inflación no cede de un trimestre a otro, así el Banco de México haga su chamba, y la gente más pobre no recibe el apoyo que necesita con suficiente oportunidad.

Hay quienes se preocupan porque los incrementos de la tasa de interés del banco central ralentizan la recuperación económica todavía más, pero el problema del insuficiente crecimiento en México se debe a la baja inversión física –en fábricas y maquinaria– desde 2018, y a un mercado laboral preponderantemente informal. Las inversiones son decisiones de rentabilidad de largo plazo, no sobre si la tasa de interés es del 6% o del 8%. Los problemas de precariedad laboral asociada a la informalidad y la baja participación de las mujeres nadie los atiende. Del medio ambiente no habla el gobierno. La sustentabilidad, el calentamiento global  y el uso de energía verde no se incorporan en ninguna ecuación, a pesar de que el meteorito está más cerca de lo que parece.

El insuficiente crecimiento debe preocuparnos. AMLO prometió crecer al 2% a la mitad del camino y 5% este año –o sea, eso no va a pasar; acá una explicación sobre eso–. Un crecimiento anual cercano al 3% ya lo traían los presidentes anteriores, con mayor endeudamiento, pero también mayores inversiones públicas. Con los subsidios a las gasolinas y a otros combustibles la solvencia de las finanzas públicas se pone nuevamente en jaque porque no se sustenta en una mayor recaudación tributaria, así tengamos ingresos petroleros extraordinarios. El dispendio del dinero público en proyectos cuya rentabilidad social y financiera desconocemos debido a la opacidad institucionalizada, la austeridad como meta y no como herramienta, el gasto en programas sociales regresivos, la baja inclusión financiera y el poco acceso al crédito; la concentración del mercado bancario, los ingresos laborales tan bajos entre quienes trabajan sin contrato ni vínculo formal en un establecimiento o en un puesto de comida en la calle y la baja participación de las mujeres en trabajos remunerados, sobre todo en empleos formales –así los datos de febrero pasado sean alentadores–, son los verdaderos problemas de este país.

Resolverlos requiere un abanico de intervenciones; un gobierno sólido, fuerte y capaz, no uno cada vez más debilitado, sin profesionalización. Requiere mejorar las condiciones laborales de las y los funcionarios de todos los niveles e incrementar las capacidades de fiscalización del Estado para recuperar los activos de quienes se enriquecen de manera ilícita o desvían recursos públicos, de quienes blanquean dinero del narco y de quienes evaden sus obligaciones fiscales. Hablo de capacidades reales, no de campañas de linchamiento mediático desde la comunicación oficial. También demanda una prensa libre, seguridad para todos, pero sobre todo para las y los comunicadores –que son parte toral de la supervisión ciudadana al poder–; un empresariado comprometido con las causas justas bajo liderazgos que entiendan el espíritu de los tiempos, sindicatos que representen a sus agremiados, clases medias rifadas y contestatarias, seguras de que vale la pena acuerpar al espíritu emprendedor.

Las inversiones físicas de hoy son los empleos de mañana; las remuneraciones de hoy están ligadas a la caída en la inversión desde hace tres años. La política monetaria de estos meses definirá el curso de la inflación en el 2024. El gasto educativo en 2022 incidirá en las oportunidades laborales de los jóvenes en 2030. Un sistema de guarderías universal podría significar mujeres trabajando y hogares más prósperos en el 2040.

Urgen soluciones de largo plazo, no puros cortoplacismos. Lo que se haga hoy en materia económica determinará el ingreso real de la gente en los próximos dos años, la calidad de los empleos de los próximos 20 y las inversiones los próximos 40.

@Sofia_RamirezA

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