La angustia había empezado tiempo atrás con los diversos malestares y se afianzó semanas antes con la sospecha: se siente una bolita en la tiroides. Desde el hallazgo al diagnóstico final pasaron varias semanas, un contagio de Covid, una Navidad, dos ultrasonidos, un Año Nuevo, una biopsia por punción. Después llegó ese momento: tu hija menor tiene cáncer de tiroides.
El miedo se nos coló, pero todos, incluida nuestra hija enferma, nos hicimos el propósito de enfrentar la situación con buen ánimo, con inteligencia. Con la seguridad que nos daba estar en manos de los mejores doctores y contar con seguro médico privado. Estén tranquilos: casi el cien por ciento de los enfermos de cáncer de tiroides se curan, nos dijeron los doctores. Después de que le extirparan toda la tiroides seguirían dos semanas de recuperación, dos semanas de estricta dieta sin yodo, dos inyecciones de un medicamento de alta especialidad y luego un regreso al hospital para el yodo radioactivo. ¡Adiós al cáncer!
Sonaba fácil. No lo fue. El medicamento de alta especialidad que necesitaba nuestra hija estaba agotado en México. No hay, no hay, no hay.
Empezó nuestra frenética cacería de un medicamento oncológico. Muchos parientes, amigos y amigos de amigos nos ayudaron a rastrear hasta el más mínimo rumor de “la última ampolleta de todo el país”. Fue como buscar un unicornio. En una de ésas, un distribuidor nos ofreció importarla por trescientos mil pesos; casi diez veces más que el precio oficial en México. Nos daban factura, eso sí.
En México la falta de medicamentos no se limita a oncológicos y no sólo a infantiles, pero la falta de éstos pega y suena fuerte porque no hay similares, porque el reloj sigue su marcha, porque con el cáncer, aún con el más “benigno”, no se juega a las retas. Porque cuando el cáncer se ha instalado en un hijo o una hija sin importar su edad, y más cuando no hay medicinas, en los padres se instala la desesperación. Imposible pensar en otra cosa.
Hay cánceres menos o más agresivos. En nuestro caso, podíamos salvar a nuestra hija si encontrábamos el medicamento. Sin él, ¿de qué nos servían las mejores manos y el seguro más sólido? Había prisa. ¿Cuándo volvería a haber? Ni en el laboratorio podían asegurarlo. Llamé muchas veces. No hay, no hay, no hay.
La falta de medicamentos para niños mexicanos con cáncer ha sido una tragedia que he seguido y lamentado desde el comienzo. Se me ha partido el corazón leyendo en el periódico sobre la angustia de otras madres y padres en este país ecpático que sólo responde con un violento “no hay, busquen por otro lado”. Por eso acepté de inmediato cuando hace dos años recibí la invitación de un grupo de lectoras mexicanas residentes en Estados Unidos para hacer algo por los niños compatriotas de escasos recursos, enfermos.
Lectura Con Causa surgió de ese súperpoder llamado empatía que, si bien no es exclusivo, se ejercita y crece en la Literatura. Las organizadoras escogen el libro, las lectoras donan los fondos, los escritores donamos nuestro tiempo y charlamos sobre libros. Luego el grupo consigue los medicamentos en Estados Unidos y los destina a casos infantiles específicos en México. Fui la primera autora en visitar esas sesiones virtuales, pero ya somos veinte. Todos quedamos satisfechos de poner nuestro granito de arena para resolver una fracción de un enorme problema de logística inconcebible, inaceptable y mortal.
Estas mexicanas expatriadas hacen lo que pueden de lectura en lectura. Las admiro porque lo que se han propuesto lo han logrado. Ellas sí. No salvarán a México entero, pero salvan, de hecho, vidas valiosas; además dan el tiempo para que los padres se dediquen a los hijos y no a la cacería de medicamentos o a las manifestaciones.
Ya con la vacuna contra el Covid, desde diciembre planeamos el primer evento presencial en marzo. ¡Nunca imaginé que antes tendría que llamarles para que me ayudaran a conseguir un medicamento para nuestra hija!
Sortear y entender las reglas de la medicina especializada en Estados Unidos implicó tiempo, mucha investigación, más llamadas y el apoyo de muchos. Somos afortunados. Conseguimos las ampolletas porque encontramos ayuda, porque tenemos visa y lazos en ambos lados de la frontera, porque nuestro seguro aceptó pagar el alto costo del medicamento en la zona fronteriza. Por eso, en Laredo, nuestra hija recibió por fin las dos inyecciones necesarias para entonces poder iniciar su tratamiento de yodo radioactivo. Escribo esto cuando acaba de salir del hospital, feliz de poder dar la batalla completa al cáncer.
F*ck cáncer, declara, empoderada contra el monstruo, y sus padres estamos en absoluto acuerdo.
Debo aclarar que, aunque nuestra hija menor siempre será mi niña, ya es una mujer hecha y derecha de veinticuatro años. Se graduó Magna Cum Laude de Ciencia Política. Trabaja de manera remota. Es políglota, traductora excepcional y además canta muy bien las rancheras (y muchos otros estilos). Siempre ha sido, es y será una mexicana orgullosa que sueña con un futuro brillante. Se lo merece, como todos.
La escasez de medicamentos aumenta como ola expansiva. Ojalá se detenga, se revierta, porque ni nuestra hija ni nadie —ni hijos ni padres— nos merecemos este desesperanzador México del “no hay, no hay, no hay”.
Pero Lectura con Causa hace lo suyo: al evento en Woodlands, el 30 de marzo, fueron 120 lectoras con mucha causa y corazón. Sus donativos darán esperanza. Para algunos niños, habrá.
@msofiasegovia
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