Por Soledad Durazo
Todo en la vida es un tema de expectativa, me dijeron alguna vez.
La expresión es afortunada. Por lo menos en mi caso cuando estoy ante la dificultad de entender algún suceso o actitud, lo paso por ese tamiz y se despeja un poco la incógnita.
Los gobernados tenemos por tradición, más que por realidad, esperar que quienes toman las decisiones lo hagan con inteligencia, oportunidad y eficacia.
Debo asumir también que esta esperanza se ha ido diluyendo ante la desilusión que provoca el desempeño de la autoridad.
A un año del paso de Otis por Acapulco vienen a mí una serie de sensaciones y experiencias vividas.
Muchas de las personas que lo vivimos ahí desde el lugar de los hechos, los vientos, la lluvia, el miedo, el peligro, nos sentimos abandonados.
La improvisación, la falta de prevención y la ausencia de autoridad fueron evidentes.
El vacío fue llenado por la solidaridad, la empatía, el compartir, el aprender y también la creatividad ante la dificultad.
Visto a la distancia resulta increíble cómo no se suspendió la inauguración de la Convención minera que nos tenía reunidas ahí a miles de personas mientras la amenaza se acercaba cada vez más.
Cómo seguimos con información equivocada sobre la hora de que el huracán con una potencia nunca antes registrada, tocaría tierra.
Cómo los mensajes desde la autoridad fueron tibios e imprecisos.
Cómo siguió la vida desestimando la amenaza.
Mientras la autoridad seguía ausente los mensajes de alerta nos empezaron a llegar cuando todavía teníamos señal en el teléfono y luz eléctrica.
¿Cómo olvidar el sentido de urgencia con el que Azucena y Mike nos alertaban mientras nos manteníamos ajenos al riesgo pensando que aún faltaban cinco horas para que el ojo del huracán tocara tierra?
No, no fueron cinco horas, “está el ojo del huracán sobre ustedes” dijo Azucena y perdimos la comunicación. Efectivamente, en ese momento el improvisado refugio en el que nos encontrábamos (un salón de eventos del hotel, a nivel de playa) fue envuelto por el viento con una impresionante fuerza que en su centro provocó un silencio ensordecedor que si fuera caricatura, y qué bueno que no fue realidad, hubiera levantado al edificio como platillo volador con todos nosotros adentro.
El viento rompió los vidrios del refugio y las cortinas empezaron su danza enloquecida. La barrera humana que impedía que las puertas se abrieran se fue ensanchando cada vez más conforme la furia del fenómeno incrementaba su amenaza, los objetos volaban afuera independientemente de su tamaño y peso, así fuere una silla o un colchón, eran juguetes del viento que tampoco dejaba árbol en pie y no importaba sobre qué derrumbara los postes.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin volvió la calma…ya con la luz del día empezamos a dimensionar el impacto de la destrucción y sobre todo a contarnos y ubicarnos los integrantes del grupo que estábamos ahí para tomar un curso de periodismo y minería y para cubrir la convención. Otra nota robó entonces el espacio y requirió nuestra atención.
Estábamos aislados en el centro de la noticia. Con mucho que informar pero sin el canal para difundir.
Salimos a reportear. Nuestra sorpresa iba en constante aumento, cada escena era superada por la siguiente. Desaparecieron los caminos. Las calles estaban cubiertas de árboles y postes caídos, de carros atravesados. Caminamos con el agua hasta la cintura apoyándonos con un palo para ir tocando el suelo antes de dar el paso; nos advirtieron de la laguna que se había desbordado y especialmente de la necesidad de mantener una cobertura visual de 360 grados para evitar ser sorprendidos por los cocodrilos.
Dos o tres horas para recorrer una distancia de acaso 4 kilómetros, salir de la zona hotelera hacia la ciudad y empezar a atestiguar todavía más destrucción y peligro.
La autoridad ausente. La sensación de pérdida total, alacenas vacías, futuro incierto y también ¿por qué no? el agandalle, dieron paso a la rapiña y sus elocuentes imágenes.
En ese ambiente la expectativa tiene las fronteras muy cerca, se ubican en lo inmediato.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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