Por Soledad Durazo
Estoy segura que me ocurrió lo mismo que a mucha gente en este país.
Anoche yo también me fui a la cama cargada de emoción.
Las calles del centro de mi ciudad vibraron. Y ahí en medio de dos espacios emblemáticos, se escribía una página en la historia de esta región del norte de la República.
Por un lado el edificio del museo y biblioteca, donde se resguarda la historia y se busca conservar la memoria; por el otro, la rectoría de la máxima casa de estudios, la Universidad de Sonora desde donde se cultiva el conocimiento.
Nos congregamos cientos, miles de mujeres.
“Quédate con mi cifra: ¡fuimos un chingo!” me contestó una colega emocionada al terminar la marcha y ante mi insistencia en querer saber el número aproximado de quienes nos habíamos reunido como nunca antes, en una marcha del 8M en Hermosillo.
Y no le falta razón.
¿Tiene caso sujetarse a la frialdad de los número que palidecen al compararlos con otras concentraciones en ciudades más grandes? ¿Tiene acaso más valor el grito de una madre que clama por su hija desaparecida, cuando lo hace en una plaza más grande? ¿Se siente diferente la ausencia de una amiga víctima de feminicidio cuando su rostro es expuesto en una lona ante un mayor número de ojos? ¿Es menos desgarrador el grito, más débil el reclamo, más callada la protesta, menos valiosa la aspiración cuando se hace desde el “interior” de la República?.
¿Qué importa el número cuando por cada “una menos” hay mínimo “una más” que cobra conciencia, que aprende sus derechos, que lucha por su libertad, que se atreve a expresarse, que defiende sus opiniones, que no calla, que no se encierra, que toma la calle?
Mil, 3 mil, 5 ¿Qué sé yo? pero fue una marcha que se sintió como nunca en un atardecer que empieza a advertirnos el calor que está por venir en una de las ciudades más calurosas de México, en uno de los estados del que han salido figuras importantes de la política, las artes y las ciencias para nuestro país y más allá de nuestras fronteras. Uno de los estados que por cierto registra en la historia a una de las dos primeras Senadoras de la República; dos mujeres sonorenses también han estado en las boletas electorales como candidatas a la presidencia del país y más datos que sin duda podemos recoger de la historia y de quienes la han construido.
Y a diferencia de otros años, ahora pudimos contar con los dedos de las manos a las mujeres que históricamente han encabezado la lucha por los derechos de sus pares, ahí estaban observando de forma discreta, sin protagonismos pero con un gesto de satisfacción que no podía esconderse. Esa satisfacción que deja haber sembrado algo contra viento y marea, cuando la lucha era cuesta arriba, cuando manifestarte era cosa rara y era firmar en gran medida tu pase a la exclusión.
Hay una nueva generación de mujeres jóvenes, hay una vibra tremenda en ellas, hay también coraje y miedo, pero especialmente hay determinación.
Ayer las mujeres jóvenes tomaron las calles en Hermosillo y en muchas ciudades del país, escribieron consignas en improvisadas pancartas, gritaron, se hicieron visibles, reclamaron y alimentaron la esperanza.
Ayer las morras, las universitarias, las de prepa e incluso algunas más pequeñas se acuerparon, se abrazaron, se unieron ante la mirada de sus antecesores que celebran con empatía “Lo que no tuve para mí, que sea para tí”.
También hicieron pintas, destruyeron vidrios e incendiaron la puerta del Poder Judicial en Sonora, porque la indignación tiene muchas formas para encontrar desahogo.
La puerta se puede recuperar y se pueden colocar nuevos vidrios, pero ¿quién me regresa a mi amiga víctima de feminicidio o cómo le quito a mi hermana las huellas del maltrato que ha sufrido? - me dijo un alumno universitario.
Gracias a las que han hecho esos destrozos nos hemos podido sentar con quienes toman decisiones políticas porque tuvieron que escucharnos a quienes hacemos política y buscamos mejorar las leyes - expresó en otra ocasión una mujer de la vieja guardia política.
Fue una buena jornada; mientras existan motivos y respiremos, marcharemos.
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