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Por Soledad Durazo

Se conoce que en la Antigua Roma cuando un general regresaba con la victoria y por lo mismo desfilaba por las calles para recibir el reconocimiento y la reverencia del pueblo, se hacía acompañar de alguien que le recordaba que era un ser humano, que algún día moriría; que el momento de gloria a veces es efímero como lo es la vida misma; que aunque las circunstancias coronan sus triunfos ese momento pasaría, no sería eterno y que como hombre estaba condenado a morir en algún momento.

Y vaya que, sin duda, ese era el evento más oportuno para recordárselo porque la parafernalia de la fiesta, la corona de laurel en su cabeza, la toga característica para la ocasión, el carruaje que lo conducía y los vítores que recibía, le hacían sin duda sentirse en el Olimpo, tocado por los dioses y hasta sentirse un Dios.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.