Document
Por Sophia Huett

La madrugada era fría y silenciosa cuando Mariana se colocó el uniforme. Sabía que su jornada sería larga. Lo que no imaginaba era que, además de enfrentar el peligro en las calles, también debía cuidarse de la violencia y el acoso dentro de su propia institución. Como muchas otras mujeres policías en México, Mariana vivía una lucha constante por hacer cumplir la ley, mientras el mismo sistema que debía protegerla la vulneraba.

Durante marzo, mes en el que reflexionamos sobre la igualdad de género y la erradicación de la violencia, hay una realidad que rara vez se visibiliza: las mujeres policías en México enfrentan un doble desafío. No solo deben combatir la violencia en la sociedad, sino que también son víctimas de discriminación, acoso y agresiones dentro de sus propias instituciones y en su vida personal.

Las mujeres en las corporaciones de seguridad viven una contradicción constante: se les exige proteger a la ciudadanía y hacer valer la ley, pero el mismo sistema que representan las deja desprotegidas. Enfrentan violencia institucional, acoso sexual y desigualdad laboral, convirtiéndolas en víctimas de las mismas problemáticas que buscan erradicar.

Uno de los escenarios donde esta violencia se hace más visible es en las protestas feministas del 8 de marzo y otras movilizaciones. En estas movilizaciones, a las mujeres policías se les coloca en la primera línea de contención, convirtiéndolas en un escudo entre las manifestantes y el Estado. Existen numerosos reportes de agresiones físicas y verbales contra ellas, incluyendo insultos, golpes y ataques con objetos peligrosos. Al mismo tiempo, también se han documentado casos de abuso de la fuerza por parte de las policías contra las manifestantes, una violencia que en muchas ocasiones tiene como raíz la misma opresión que ellas sufren dentro de sus instituciones.

En una ocasión, al preguntar a algunas oficiales la razón detrás de su respuesta violenta en una protesta, fueron contundentes: llevaban tres turnos seguidos de servicio porque su mando, que ni siquiera era policía, pensaba que un pago adicional lo solucionaba todo. No tenían capacitación en control de manifestaciones y la instrucción recibida por parte de su superior, incluso de una alcaldesa mujer, fue: “rómpanles la madre” a las manifestantes. Este es solo un ejemplo real de cómo se obliga a las mujeres policías a reprimir con violencia sin las herramientas adecuadas para una intervención correcta.

Pero la violencia contra las mujeres policías no ocurre solo en las calles. Dentro de sus propias instituciones, enfrentan acoso sexual y hostigamiento por parte de compañeros y superiores, falta de reconocimiento y oportunidades de ascenso limitadas por prejuicios de género. Además, padecen sobreexplotación laboral con turnos excesivos y carecen de protocolos adecuados para denunciar abusos y violencia dentro de la corporación.

Muchas mujeres policías no denuncian por miedo a represalias, perpetuando así la impunidad y la normalización del abuso en las fuerzas de seguridad. Sin embargo, el peligro no se limita al ámbito laboral.

De acuerdo con un trabajo periodístico de El Universal, entre 2015 y 2022, al menos 98 mujeres policías fueron víctimas de feminicidio u homicidio doloso en México. Por su parte, la organización Proyecto Azul Cobalto reportó que en 2019 se registraron 19 casos de mujeres policías asesinadas, cifra que en 2023 ascendió a 42, lo que significa un aumento del 121%. Esto contrasta con la disminución del 20% en homicidios de policías en general durante el mismo periodo.

También en sus hogares, hay mujeres policías que son víctimas de violencia doméstica y, en los peores casos, de feminicidio. Entre 2015 y 2022, se iniciaron investigaciones contra 45 hombres policías por cometer feminicidio u homicidio doloso violento contra una mujer; de estos, 25 agentes fueron acusados específicamente de feminicidio, según El Universal.

Suscríbete para leer la columna completa…

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.