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Por Stephanie Henaro

Ya llegó Claudia pero aún queda la valla y ojalá que con ella, se vaya la valla que protege todo lo que no debe ser y que a la vez, divide todo lo que debería estar unido.

La valla de la que hablo me ha resultado tan simbólica como reveladora, y a pesar de que solamente la vemos resguardando a Palacio Nacional y a los monumentos históricos cada 8 de marzo en el marco del día internacional de la la mujer, su presencia sigue todos los días en todos los ámbitos, con avances y retrocesos propios del movimiento de la vida. 

La sociedad en México hoy, es el reflejo de un país que contiene fronteras que dividen el territorio de los hombres y el las mujeres de manera desigual y esto ha generado en muchos casos que las mujeres tengan “acceso restringido” al territorio que se considera masculino, a menos que tengan “visa”. Porque la justicia de género no llegó con la revolución ni tampoco con los lemas de Zapata.

Por eso es que es tan icónica la llegada de Claudia con la valla y sus implicaciones geopolíticas.

Porque las fronteras que dividen el territorio que se considera propiedad masculina en muchos casos van más allá de comportarse como un muro y lo hacen como pirañas, en otras ocasiones como plantas carnívoras, o como lobos en jauría, queriendo devorar a quien se atreva a cruzarlas.

Según datos del INEGI, las fronteras de lo masculino no han dejado de ser efectivas y en México siete de cada 10 mujeres mayores de 15 años han sido víctimas de violencia machista, lo cual hace que casi todas tengamos algo que decir, excepto las que ya no están porque han sido víctimas de feminicidios.

Aun así, muchas podemos seguir alzando la voz por ellas mientras también hablamos de cómo nos han mordido las fronteras del “territorio femenino” en la forma de violencia, brecha salarial, y acoso laboral, entre tantas otras cosas con las que no debemos coexistir y si debemos difundir. 

Con decirles que en el ámbito laboral a lo largo de mi trayectoria he experimentado las tres formas de violencia mencionadas,  en donde incluso en una empresa bastante conocida, mi sueldo era tres veces menor que el del hombre que ocupó mi cargo con anterioridad, mis “compañeros” me abordaban para pedirme que no hablara en las juntas de Consejo “porque al Presidente de la empresa no le gustaba que la gente hablara” - cuando en realidad era todo lo contrario- y la violencia pública ejercida por mi jefe inmediato en la forma de gritos y desprestigio a mi trabajo de manera pública - aun cuando los datos arrojaban resultados buenos- rápidamente se esparció a la gente que tenía a mi cargo, donde incluso había mujeres que disfrazadas de feministas al salir de sus casas terminaron por ejercer la mayor dosis de misoginia. Nada que ver con cómo se le trató a mi predecesor. Por eso es que no me extraña que el IMCO diga que sólo el 3% de las mujeres llega a posiciones de dirección general y 13% a consejos de administración, al cierre de este 2024.

Mientras que en otros casos, la confrontación directa de los abusos derivados de una política de intimidación lejos de la orientación, vino acompañada de su debido gaslighteo y repercusiones evidentes.

Así las mordidas de las fronteras que he cruzado y debo confesar que en algunos casos callé por miedo y en otros porque simplemente, no lo pude identificar hasta después. Lo cierto es que nadie te prepara para esto, y que lo único que te da fuerzas es la experiencia y el conocimiento propio.

Calladitas no nos vemos más bonitas. Por eso insisto en que ojalá con Claudia se vaya la valla, y eso implica que nosotras también, tenemos chamba. 

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@StephanieHenaro

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