Por Stephanie Henaro
La elección presidencial en Estados Unidos abrió de nuevo una conversación incómoda: ¿A quién le importa la democracia cuando no alcanza la lana?
La respuesta es simple: a nadie. Por eso, la estrategia de los demócratas de señalar a Donald Trump como el jinete apocalíptico de la democracia fracasó, casi tan explícitamente como la presidencia de Joe Biden y su 70% de desaprobación.
Con los resultados preliminares de la elección se aprecia que EE. UU. no está polarizado como marcaban las encuestas; está harto de los demócratas, y esto no solo se ve en la victoria de Trump en el voto popular y en el Colegio Electoral, sino también en el color rojo, que ahora domina el Congreso.
Así que, mientras el precio de ser parte del equipo Biden le pasó una factura cara a Kamala Harris, el precio de la mantequilla en las alacenas y el inalcanzable costo de las viviendas trajeron a Trump de nueva cuenta a la Casa Blanca. Ahora, además de ser el presidente número 45, también será el 47.
Aunque pueda parecer sorprendente, tal parece que vecinos tan distantes como México y Estados Unidos están pasando por lo mismo, aunque cada uno en su tono. Porque nuestra elección también la definieron las despensas, los programas sociales, una dosis de desprecio por los políticos tradicionales y, por si fuera poco, la retórica del "fin de la democracia" de la oposición también falló.
Los seres humanos comen y luego existen. Por eso digo: ¿a quién le importa la democracia cuando no alcanza la lana?
La democracia se ha vuelto lejana, y es que el malestar de la globalización no le ayuda. La calidad de vida de muchas personas no mejoró, y ahora las secuelas de la pandemia y las dos guerras latentes no ayudan. Porque todo sube.
Por si fuera poco, la última encuesta de The New York Times/Siena College arroja datos que muestran que el 45% de los estadounidenses piensan que su democracia no está funcionando, y eso los hace parte de la crisis que más de la mitad del mundo está experimentando.
Los estadounidenses quieren lana y han encontrado en Donald Trump un sinónimo que se enfrentará a un contexto nacional y global diferente al de 2016. La economía global ya no cuenta con el mismo dinamismo, y el que está próximo a convertirse en el presidente número 47 de los Estados Unidos ya no tiene nada que perder.
Andará desatado y romperá con muchas formas que se creían intocables: empezando por el "wokismo" local fermentado por los demócratas, continuando con la relación con Europa, las dinámicas con Rusia, la interlocución en Medio Oriente y rematando con la manera en cómo se aborda el narcotráfico en la relación bilateral con nuestro país.
Vendrán cambios, y es normal. La historia se compone de ellos; si no, seguiríamos en la Edad Media. No obstante, en este que inicia con el regreso de Trump, podríamos decir que contra la falta de lana no pudo ni Taylor Swift.
El último en salir, apague la luz.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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