Por Susana Moscatel
Empieza oficialmente la temporada de premios de cine y televisión con este año, y con ella una serie de discusiones que a veces tienen que ver con nuestra apreciación por el arte, otras con lo que algunos llaman automáticamente “la agenda woke”, y otras, simplemente, con la alegría de ver a mujeres maravillosamente talentosas celebrando lo que algunos llamarían “un regreso”, pero que yo prefiero llamar ¡plenitud!
Empecemos por eso, ¿vale? Porque el triunfo y el discurso de Demi Moore ante su merecidísimo éxito en The Substance literalmente demuestran que nuestros más grandes logros y alegrías no llegan con los tiempos arbitrarios impuestos por el mundo exterior. De eso va la película precisamente: de cómo caemos en esas trampas. Y al ver a Demi más fantástica que nunca, agradeciendo el primer premio por actuación de su carrera, le da un nuevo acto a toda la historia de la francesa Coralie Fargeat, que acaba con una bellísima nota de optimismo e inspiración.
Lo mismo ocurre con el éxito de la mejor comedia televisiva Hacks (Max), donde Jean Smart, una de las mujeres más divertidas y versátiles de la historia de la televisión, interpreta a Deborah Vance, alguien a quien la industria y la vida prácticamente habían descartado por su edad. Si no la han visto, corran a hacerlo desde su primera temporada. Me lo van a agradecer. Y aunque Pamela Anderson no ganó, el hecho de haber sido nominada por The Last Showgirl (Gia Coppola) demuestra que nunca es tarde para salirnos de la caja en la que el mundo, el público y la sociedad han dictaminado que podemos existir.
Una vez dicho eso, algunas cosas que comentar sobre las controversias de Emilia Pérez. Pregunté a las mujeres de este colectivo de editorialistas quiénes habían ya visto la cinta y cuál era su opinión. Somos pocos los mexicanos que hemos podido verla porque simplemente no se ha estrenado aquí, a diferencia de gran parte del mundo que ya la tiene en Netflix. Así que las controversias, en su mayoría, han tenido que ver con tonterías básicas, como Eugenio Derbez vs. Selena Gómez (nunca la intención de Eugenio, aunque coincido con la crítica que hizo en un podcast al respecto).
Diré esto para sacarlo del discurso: si alguien juzga o critica Emilia Pérez por la identidad de su protagonista, actriz o personaje, entonces no hay nada que discutir aquí. Tenemos que superar el instinto de agredir o descalificar algo porque no coincide con la forma en que uno mismo se sabe ser. Por otro lado, tampoco podemos aceptar que las críticas a la cinta se reduzcan automáticamente a transfobia. Las críticas fuertes, reales e interesantes —y ojalá también las conversaciones— que podríamos tener sobre esta película tienen más que ver con lo inverosímil que resulta un director que no habla español (y se nota), que no contrató mexicanas para los roles, con la variedad de acentos que sacan de inmediato de la narrativa, y con la posibilidad de redención que se brinda, o no, a la figura del narcotraficante que decide cambiar de vida al desaparecer, volverse mujer y regresar para hacer todo lo contrario a lo que había hecho antes.
Es difícil explicar por qué a tantos que sí hemos visto la película y que vivimos en México no nos cuadra nada, sin dar demasiados spoilers. Muchos se ofenden porque no nos representa en absoluto la visión de Jacques Audiard. Yo no me ofendo por eso. No me representa, y ya. Me ofende, para empezar, que la consideren un musical con esas canciones que dicen obviedades sin tono, son ni rima. Pero eso me ofende como amante de los musicales, no como mexicana. Así que di un salto y busqué otras opiniones para no quedarme en mi perspectiva, que, como suele ser en la mayoría de la gente, también se informa de nuestras propias filias y fobias.
Me encantan las críticas de compañeras como Yuriria Sierra (Excélsior), quien habla de un espejo de nuestra realidad que a nosotros nos dolería demasiado como para poder abordarlo de esta forma. O el texto de Ana María Olabuenaga (Milenio), donde ve esperanza en el viaje del personaje ante las realidades más trágicas de nuestro país. Quisiera compartir esa visión y tal vez algún día llegue ahí, si puedo sacudirme las inconsistencias en la narrativa que no me dejan conectar con lo que el director intenta decir. O lo que platiqué con Areli Paz, quien encuentra valor en la incomodidad que provoca la cinta porque nos obliga a enfrentar el horror de frente, algo que evitamos día a día para sobrevivir.
Soy parte del sistema que juzga y vota por estas películas. Llevo casi treinta años trabajando en cine, televisión y teatro, y he tratado de distinguir entre trabajos honestos y aquellos que responden a una agenda política. No sé cuál fue la intención del director al hacer esta cinta, sin siquiera notar que su película es una Torre de Babel de acentos y diálogos escandalosamente absurdos. Pero me cuesta encontrar la honestidad en su narrativa. Cuando leí a Greta Padilla decir que toda la cinta suena como si todo hubiera pasado por Google Translate, entendí que no era solo yo quien sentía un absoluto desdén por respetar la realidad que se aborda con tan poco cuidado. Y sí, también me ofendió como traductora.
No me molestan las interpretaciones extremas de temas delicados. Caso perfecto: The Substance. Amo esa cinta, aunque tuve que taparme los ojos en muchas escenas para terminarla. Y valió la pena. En cuanto a Emilia Pérez, me importa que la incomodidad que provoca no tenga que ver con que me guste o no, sino con el desprecio por la realidad que utiliza para cumplir con los requisitos de la guerra ideológica que hoy domina silenciosamente las ceremonias de premios.
El arte debe ser libre, y si esta película provoca tantas emociones, hay que aceptar que al menos logró eso. Pero cuando se dice con honestidad: “esto no me gustó por disonante, porque me saca de la historia o porque usa la tragedia de tantos para lucirse con ella”, sería deseable que la respuesta de los creadores y su protagonista no fueran descalificaciones absolutas basadas en temas ajenos y delicados. Insisto: las críticas transfóbicas deben señalarse y rechazarse. Pero cuando el problema es otro, no desvíen la atención a ese molino que solo nos hace entendernos menos.
A mucha gente sí le ha gustado Emilia Pérez, y me alegra que al fin se estrene en México para que cada quien decida por sí mismo. Mientras tanto, todo esto ha terminado en el debate del péndulo político, como tantas otras cosas: si criticas algo, algo que además ya ganó cuatro Globos de Oro, debe ser porque eres un ser lleno de odio. Y si te gustó, es porque eres presa de la ideología woke. No. Emilia Pérez debe cantarse como la rareza que es. Y si la historia les funciona, los envidio, porque yo no lo he logrado.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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