Por Susana Moscatel
Ámsterdam, Países Bajos
Desde Ámsterdam contemplo una vez más la historia. Esta que me explicaron desde pequeña. La que tuve que volver a enfrentar cuando tuve edad de comprender las implicaciones. Todas las veces que he leído el diario. Cuando me tocó el honor de trabajar en la obra de teatro que cuenta la historia de esa niña soñadora y llena de esperanza en la más terrible de las oscuridades. Estoy con una maravillosa delegación de jóvenes de todo América Latina en el ático de la casa donde Ana Frank se escondió de los nazis con su familia. Donde aún se encontraban justo antes de que los trenes pararan y los judíos de Holanda dejaran de ser deportados hacia los campos de exterminio. Justo antes. Demasiado tarde.
Desde este reducido espacio veo a los muy jóvenes a mi alrededor. Muchos de ellos de no más de veinte años. La mayoría no son judíos, no les contaron esto en su casa o la escuela, encontraron a Ana por su propia iniciativa, buscando sus palabras. Por milagro, a veces parece, con esa urgente necesidad de defender la memoria, ellos llegaron aquí por su propio esfuerzo, talento y humanidad. Son los ganadores de una beca del Centro Ana Frank de Argentina, no pueden en muchos casos creer que llegaron hasta acá. Pero sus ojos y sus corazones son lo que estoy aquí para documentar. Su memoria es la que perdurará. Su condición humana me tiene maravillada. Hay mexicanos, argentinos, chilenos, colombianos … Nuestras propias historias se entrelazan con las de la Segunda Guerra Mundial. Están las abuelas de la Plaza de Mayo. Estamos nosotros, con nuestras y nuestros muertos también. Ana sigue dialogando con ellos. Y ellos me enseñan a mi. Veo todo con nuevos ojos. Ya les contaré más de ellos, quienes vendrán después a ocuparse de la historia. A pesar del constante trabajo de los enemigos de la verdad.
A pesar de las mentiras de algunos “revisionistas” quiero pensar que son más los que quieren mantener viva la memoria. En nuestro caso y en el caso de los muchachos que ganaron las becas, llegamos hasta acá en esta ocasión gracias a una compañía alemana; Merck, quienes tienen más de trescientos años de historia y quienes, como tantos millones de alemanes que reconocen ese obscuro y devastador período y buscan hacer reparaciones históricas como sea que puedan. Estas becas son, sin duda, una gran forma de hacerlo. Ellos se acercaron a nosotras, en Opinión 51 con este proyecto. Lo aprecio más allá de lo que jamás imaginarán.
Ana Frank es más que un símbolo. Es más que su propia historia. Les contaré en los próximos días más de esta experiencia. De cómo nos enlazamos con los desaparecidos de Argentina, de México. Con esas heroicas abuelas, madres valientes que no dejan de buscar. Como Ana escribió, “Sigo creyendo, a pesar de todo, que la gente es verdaderamente buena de corazón”. Trágicamente no es el caso siempre. Pero por eso estamos aquí. Con ese deseo en la mente y la esperanza bien puesta en las nuevas generaciones.
Esta historia continuará …
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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