Por Susana Moscatel
Recuerdo cuando era niña en los ochenta el anuncio de una muñeca que era “aún más hermosa que Barbie”. Así la anunciaban. Solo que mis papás nunca me quisieron comprar la muñeca de Brooke Shields, en su versión gigante de cara de maniquí para maquillar y arreglar”, porque les parecía “aterradora”. Lo era. Brooke apenas era una adolescente y su belleza era y es, impactante, pero las versiones de plástico que hicieron de ella tenían un tufo de desesperación por parte de los adultos que la rodeaban. “Hay que hacer todo el dinero que podamos con esta niña, vamos por todos los sectores”.
Así que mientras millones de adolescentes y sobre todo adultos sin idea de lo que estaban generando veían cintas hipersexualizadas como lo fue “Pretty Baby” o “La Laguna Azul”, donde una y otra vez Brooke perdía su virginidad a pesar de su muy corta edad, a las niñas nos vendían productos para irnos preparando para ese mundo donde desde la infancia lo más divertido que se suponía que podíamos hacer era maquillar a Brooke para una fiesta y peinarla para que se viera sexy. No. Nunca me lo compraron. Que paz me da hoy saber eso de mis padres.