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Por Susana Moscatel

Desde que tengo recuerdos escuchaba a los Beatles y, por supuesto, Let it Be en la voz de Paul McCartney hace eco al momento de mi vida que comencé a comprender el poder de la música para generar emociones, cambio, conciencia y conectar con algo más grande que yo misma. 

Claramente eso no era algo a lo que podría haberle puesto esas palabras y esa importancia en mi infancia. No había visto ni vivido lo suficiente como para saber lo que era una plegaria al deseo de creer en algo. Y como agnóstica por educación y judía, mexicana y mujer que hace preguntas siempre, por identidad, nunca he relacionado la religión con nada de lo que puede ser una conexión a aquello que sea la unión suprema del universo. 

No. No sé rezar. He querido saber hacerlo, cuando perdí a mi padre, a mi hermano. Cuando ocurrieron los atentados terroristas el pasado 7 de octubre en Israel y la terrible pérdida humana en esa región del mundo desde entonces. Siempre hay momentos en la vida así ¿No creen? Pero si algo sé es que no puedo volverme creyente de lo que sea por conveniencia. No puedo hablarle a un Dios solo cuando lo necesito. Mi padre se despidió de mí, citando en cierta forma a su ídolo Isaac Asimov, diciendo que hasta ahí había acabado su historia y que no lo buscara más que en los recuerdos, amor y aprendizajes. Lo honro escuchando a sus compositores favoritos, Mahler, Shostakovich, Bach, mientras que lo busco en mis sueños para preguntarle si hoy, en estos tiempos, aun piensa lo mismo. Una contradicción eterna de mis deseos y mis creencias.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.