Madrid, España - Llevo más de un mes sin poder hacer más de lo estrictamente necesario. Hoy, lejos de casa, me atrevo a escribir algo muy personal porque voy aprendiendo que las peores tragedias, por más particulares que parezcan, nos obligan a ver y sentir más allá de nosotros mismos.
Hace un mes, de manera inmediata y por un infarto fulminante al corazón, falleció mi hermano menor. Mi hermano, Samuel, era por decir poco un hombre de carácter. De firmes intenciones. Era, en apariencia, una fuerza de la naturaleza. Nunca hacía las cosas a medias y su muerte, no fue la excepción. También era la primera persona en llegar cuando se necesitaba ayuda. Por más diferencias que podríamos tener respecto a nuestra forma de comprender el mundo, cuando fue el terremoto del 2017 y había grietas y tanques del ejército estacionados literalmente afuera de mi recamara, hizo que me quedará con él hasta que considerara al menos seguro mi regreso a casa. Nuestro amor por los perros, por ciertas causas e ideales, y por supuesto nuestros padres y hermana siempre venían primero. No importaba lo difícil que fuera. Y en muchas ocasiones lo fue.
No pretendo olvidar la persona que él fue creando una memoria de alguien que no fue. Lo amé profundamente, pero es posible que no lo supe por muchos años. De un tiempo para acá reconocí mucho de mi misma en él. Quiero pensar que no fue demasiado tarde. Quiero pensar muchas cosas, pero sin un sistema de creencias específico solo puedo aferrarme a lo que no sé y esperar que sea lo mejor. Él casi no se dejaba tomar fotografías y ahora que encontré una donde tenía esa sonrisa que le ganaba cuando no se daba cuenta, la veo en mi celular cada vez que puedo. A veces me hace sonreír. A veces suelto las lágrimas. A veces, simplemente no lo creo y me siento culpable de seguir la vida. De viajar. De reír. Y luego veo a mi madre y ahí es donde veo todo lo que realmente es importante en el mundo.
Aunque mi hermano murió demasiado joven, nadie más le arrebató la vida. Pero vivimos en un país donde día a día madres, padres, hermanas y hermanos, deben lidiar con ese horror. La maldad y el interés mezquino hace que esta pesadilla indescriptible se convierta en una realidad a manos de otros. Un horror que literalmente no tiene nombre. Lo hemos dicho, hay nombre para los huérfanos y viudos o viudas. No lo hay para una madre que ha perdido a un hijo o hija. No lo hay porque no es algo que debería ser siquiera contemplado. La ausencia de un hijo, hija … nadie debería saber de esa pena en particular.
Por eso escribo hoy por y para mi madre. Porque vivir de cerca la ausencia con la que ella tendrá que sobrevivir podría ser devastador. Lo es a ratos. Muchos ratos. Pero lo que encuentro en su día a día, en su mirada, en su búsqueda es precisamente lo que ella, y nosotras también perdimos con mi hermano. La fuerza de vida. ¿Saben lo que es ver a alguien, devastación total, buscar caminos para levantarse cada día? Y una vez hecho eso, comenzar a pensar en cómo podría ayudar a quienes estén viviendo o desgraciadamente, vayan a vivir lo mismo que ella? Creo que me equivocaba cuando decía que no tengo un sistema de creencias en el cual apoyarme. La veo a ella y eso es todo lo que necesito saber de esta vida. A ella y a mi hermana, quienes de por sí se han dedicado su vida a ayudar a los demás a salir adelante enfrentando los peores obstáculos que la vida nos pone en frente.
Aun pronto. Falta demasiado tiempo y seguramente no nos alcanzará la vida para poder colocar algo así. Pero sí para hacer algo al respecto. Ellas ayudando y creando formas de sobreponerse, de tener calidad de vida para aquellos que la sociedad ya no considera. Y por lo que veo, con el simple hecho de desear convertir el más profundo dolor del mundo en ayuda para alguien más, ese va a ser el caso.
No pretendo entender mucho más. No tuve ni tendré el valor de ser madre. Pero sí sé que en México diario miles de madres y padres tienen que vivir esta tragedia para la cual, como les decía, no hay un nombre de lo antinatural que es. Niñas y mujeres que salen de sus casas y nunca vuelven. Hombres que pierden la vida por estar en el lugar equivocado en el momento incorrecto. La muerte no parece discriminar, pero cuando es así de prematura y aleatoria nos deja con un hueco eterno en el alma a las o los hermanos, hermanas y amigos. Pero las madres … no hay palabras que alcancen.
Cuando regresas a la vida diaria después de pasar por algo así, pocas de las cosas que te preocupaban antes parecen relevantes. Y por el otro lado agradeces más que nunca un abrazo repentino, a un amigo que sabe estar contigo en silencio, o el hecho, en mi caso, de poder escribir y decir que Sammy, mi hermano, no se fue de este mundo sin dejar huella. Y no quepo de mi en el amor y admiración que siento por mi madre y hermana. Sé que este, el más profundo y confuso dolor posible, se acabará convirtiendo en actos de amor y ayuda que harán que de alguna forma la presencia subsista. Va por quienes nos quedamos, con la responsabilidad de vivir, sonreír, ayudar y luchar para que las vidas que se fueron no cuenten en años, sino en el impacto para bien que tuvieron en los demás. Las amo Reyna y Rebe. Va por ti, Sammy.
@susanamoscatel
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