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Nueva York.- Slave Play fue la obra más nominada en la historia de los premios Tony, pero no se llevó uno solo en la ceremonia que por fin se logró llevar a cabo hace tres meses.  Ahora, que increíblemente regresó a Broadway y al fin pudimos verla, en su último previo antes del reestreno, entiendo la razón de la falta de premios. Duele mucho tomar la responsabilidad que de alguna manera u otra todos tenemos en el tema del poder, de la esclavitud y de la servidumbre implícita. Y aunque esta obra escrita por Jeremy O. Harris (recuerden ese nombre) pareciera tener un punto de partida muy particular, sale uno de ahí absolutamente otro, al darnos cuenta de que nada podría ser más general que las heridas históricas tratadas de resolverse con solo ignorarlas.

Son tres parejas interraciales que se encuentran en un momento crítico en sus relaciones. Todo empieza con las fantasías sexuales siendo escenificadas frente a un público que no puede creer lo que está viendo. Quién sabe de quién sea el deseo de llevar a cabo esos actos con su pareja, sumamente sensuales, pero claramente incorrectos por el manejo de poder, pero mentiría si no dijera que muchos en el público nos observábamos entre nosotros incrédulos. ¿Tenemos permiso de gozar en un teatro algo que podría ser un absoluto fetiche ajeno que nada tiene que ver con nuestro sentido del bien y la justicia? ¿Por qué nos estaba gustando esto? ¿Somos una mierda de seres humanos? (Bendito cubre bocas, que tapaban gran parte de nuestras expresiones) ¿Por qué los personajes, por ejemplo el de “la esclava” Kaneisha, estaba disfrutando claramente una situación que sabemos es profundamente odiosa? ¿Somos monstruos con deseos despreciables?

Pues resulta que todas estas preguntas, nos contó el dramaturgo antes de empezar la función, se las habían planteado en su momento, lo cual hizo que tomara todo su texto y lo tirara a la basura. Escribió otro. Entonces su mentor le preguntó ¿dónde había dejado todo ese cuestionamiento que el escritor queer, afroamericano, inquisitivo y profundamente honesto con sus representaciones había logrado con su primer intento? Se dio cuenta que lo que quería contar estaba en su primer draft. Que no debía tener ningún miedo en representar como, a través de fantasías sexuales, un gran texto y un enorme giro de tuerca en el segundo (de tres) actos, lo que le ocupaba y preocupaba en la vida.

Miren, aquí no estamos discutiendo quién puede o no contar una historia. Cada una de las experiencias de los personajes, su relación entre parejas con historias distintas y los juegos de poder que siempre están presentes se quiera o no, son temas importantes. Y son temas de los que no se hablan por miedo a ser considerado racista, abusador, o simplemente malas personas. El problema clave, era que las parejas afroamericanas ya no sentían atracción sexual por sus parejas blancas.

Por el otro lado, y para mí ese fue el golpe de aprendizaje y catarsis más brutal de todos, es el cómo, a través de la “Terapia Antebellum” inventada para esta historia, muchos de nuestros traumas históricos acaban apareciendo en nuestros sueños, fantasías y – sin darnos cuenta – resentimientos.

En el caso de estas parejas, la esclavitud está implícita en la historia de la que vienen nuestros personajes, las dolencias que vienen con los miles de tonos de piel con los que interactuamos día a día, y la carga histórica que eso implica hasta para las personas que pensamos que estamos más allá del mal cuando se trata de esos temas. Claro que no somos responsables de los pecados de nuestros antepasados, pero sí de cambiar sus consecuencias cuando es necesario. Y suele ser muy necesario. Ahora, Slave Play también pone sobre la mesa algo que ciertamente incomoda: el esforzarnos tanto por compensar, sobre todo en las relaciones personales en este caso, solo hace más evidente que hay fantasmas que nos acompañan. Que la historia cruel no ha acabado de manifestarse. Porque si bien somos productos de nuestros antepasados, los hechos, el trato que le damos al mundo día a día es lo que nos define. Ignorar la parte dolorosa, pretendiendo que estamos más allá de ello y que todos vivimos en igualdad de circunstancias, eso es simplemente otra representación del problema. Por más bien intencionados que seamos.

Viendo Slave Play, recordé cuando me tocó entrevistar al gran Cristoph Waltz por la cinta de Tarantino, Bastardos sin gloria. “Te odio”, le dije entre risas. “Hiciste un personaje que adoré pero que cada fibra de mi sangre me gritaba que debo odiar. No sé como colocar eso”, le comenté sobre su suprema representación del coronel nazi Hans Landa. Y aunque el personaje en ese caso recibe todo el trato justiciero Tarantinesco, aun así me quedé inquieta. Pero eso solo habla de nuestras contradicciones que nos definen como humanos.

Muchas veces tenemos que ver al más grande de nuestros monstruos a los ojos para poder ganar esa batalla emocional que llevamos con nosotros. Miren, si Slave Play no llega nunca a nuestro país, porque muchos pensaran que solo habla a una sociedad, les recomiendo que lean el libreto. Porque sospecho que algo tan extraordinario, no se llevó esos Tony por el mero hecho de que hizo demasiado bien su trabajo: nos obligó a confrontarnos con nosotros mismos. A través de la sexualidad, la comedia, la terapia, las risas, miradas MUY incómodas y la historia que simplemente no puede tener una versión, mucho menos un solo tipo de consecuencia. Fantasear con ello y sus matices, no sé si sea la forma de resolverlo, pero no podemos seguir prohibiéndonos y castigando a quien tenga el valor de poner esos temas sobre la mesa en estos tiempos donde todo tiene que ser sanitizado emocional, viral y especialmente culturalmente.


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