Por Teresa Parrales
No recuerdo el momento en que lo conocí virtualmente, pero sé que desde hace al menos seis años lo sigo con mucha atención y curiosidad, pues sus redes muestran a un amante del café, las buenas conversaciones, los perros y lo que más llamó originalmente mi atención, su adoración por la literatura japonesa.
Un día el destino nos puso frente a frente y aunque el motivo de la reunión nada tenía que ver con libros no pude resistirme y al despedirnos, le hice saber ser su fiel seguidora en lo que entonces era Twitter y al parecer esa declaración le alegró un poco el día pues pasó lo que esperaba, la cita se alargó y comenzamos una conversación de libros, autores, librerías y por supuesto una discusión sobre los escritores japoneses; excuso decir que como buen defensor de lo no popular, intentó convencerme de ya no leer -tanto- a Murakami, cosa que ni él ni nadie lograrán, pero sí me dejé llevar por su lista de recomendaciones y me tuvo unos muy buenos meses conociendo nuevas plumas que agradezco infinitamente.