Por Valeria Villa
Uno de los rasgos más dolorosos de personalidad es la tendencia a pensar sobre los mismos asuntos una y otra vez, en un ciclo infinito que se parece a la compulsión a la repetición freudiana y que está muy cerca también del masoquismo primario. Este rasgo es una forma obsesiva de pensamiento y se le conoce como rumiación.
La obsesión es un síntoma que hace sufrir pero que es difícil de abandonar.
Hay quien ama de modo obsesivo. Hay quien trabaja obsesivamente. Hay quien piensa obsesivamente en el pasado que ya no se puede cambiar. Hay quien repasa al infinito lo que dijo o dejó de decir en alguna interacción social en la que se equivocó o fue imprudente. En todos estos ejemplos lo que subyace es una idea fantasiosa de que las cosas deben ser perfectas y cuando no lo son, comienza la auto persecución.
Algunas investigaciones reportan la relación entre perfeccionismo, preocupación y rumiación, y su impacto en la salud mental. Las perfeccionistas tienden a rumiar obsesivamente como respuesta al estrés y a la angustia. La perfección se exige hacia adentro pero también socialmente, al creer que los demás solo las valorarán si son perfectas. Este rasgo se ha asociado con depresión e incluso con tendencias suicidas.
A la rumiación también se le ha llamado perseverancia cognitiva, enfocándose en la tendencia a pensar demasiado. Las perfeccionistas experimentan pensamientos automáticos constantes sobre su necesidad de ser perfectas, sobre errores que cometieron, sobre sus fracasos y sobre compararse con otras personas. La tendencia al pensamiento obsesivo/rumiante se origina en problemas de inseguridad por falta de amor propio, en la necesidad de ser validada y en una mirada exageradamente vigilante sobre qué tan aceptable es su forma de ser.
También se ha investigado sobre las diferencias de género en la rumiación y en la depresión que es una de sus consecuencias. En general, se ha encontrado que la tendencia a rumiar es mayor en las mujeres que en los hombres y que este patrón de pensamiento se asocia con frecuencia a síntomas depresivos, aunque los pensamientos repetitivos sobre el valor personal se presentan también en otros trastornos de ansiedad como la ansiedad social, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo-compulsivo y en el trastorno por estrés postraumático; sin embargo, la prevalencia es mucho mayor en los trastornos afectivos como la depresión mayor y en el trastorno obsesivo-compulsivo.
Ser mujer es una vulnerabilidad para presentar estas obsesiones cognitivas sobre nuestro desempeño, sobre nuestros errores y fallas, sobre qué tan bien lo estamos haciendo.
En Los hombres me explican cosas (Rebeca Solnit, 2014) hay muchos ejemplos sobre la tendencia de los hombres a explicarnos cosas que ya sabemos, en las que incluso somos expertas, porque están acostumbrados a ser dueños del poder, de la palabra y del conocimiento. Un hombre es capaz de darle cátedra de calentamiento global a una doctora en climatología, solo porque es hombre y porque ella a veces no parece tan segura de lo que sabe.
Abundan los chistes sobre el deseo de tener la seguridad de un hombre blanco y heterosexual, que parece invulnerable.
En el consultorio abundan las narraciones de mujeres que se consideran inseguras, que se comparan constantemente con otras mujeres y con otros hombres, pensando que todos saben más que ellas. Mujeres que han estudiado un tema durante décadas a veces dudan de lo que saben. También se atormentan cuando algo sale mal o cuando son criticadas por su desempeño.
Este rasgo de perfeccionismo está muy asociado también con altas expectativas de los padres durante la crianza. Hay hijas a las que se les exige más. A veces porque son dóciles, a veces porque no son las consentidas y tienen que pelear mucho más por ganarse un lugar en los afectos de los padres, a veces porque son tan talentosas que lo único que se espera de ellas es perfección.
El trabajo para aminorar esta forma de pensamiento tan destructiva es entender qué se persigue con los ideales de perfección. Casi siempre, lo que se busca es amor y reconocimiento. Compensar el déficit de mirada cariñosa y de aceptación durante la crianza.
En el nivel conductual, escribir estos pensamientos puede ser una forma de exorcizarlos. Poner un horario para rumiar, en lugar de evitarlo del todo, también puede ser útil. Salir a dar un paseo, hablar con alguien, meditar. Hacer terapia para entender todos los significantes que están contenidos en la idea de perfección.
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