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Había decidido no ir a la marcha del 8 de marzo de este año. Me cuesta trabajo estar en  los lugares donde se concentra demasiada gente y en muchas ocasiones el ruido me resulta abrumador. Pero en la mañana cambié de opinión. Qué bueno que lo hice. Había que acompañar a mujeres cercanas, pero sobre todo había que ser partícipes de un movimiento que ya no para nadie.

El IMCO publicó ayer una radiografía de las mujeres en la economía mexicana. Tienen en promedio 40 años y aparte de su jornada laboral, dedican 50.4 horas a la semana a tareas domésticas y de cuidados. Además, solo tres de cada diez mujeres estudió hasta nivel medio superior pero una de cada diez no cuenta con estudios. En México, de cada 100 mujeres, 44 tiene un trabajo o está buscando uno, un porcentaje que compara mal con el resto del mundo (sí, en el mundo ese porcentaje es 48.5%), pero si lo comparamos con el resto de los países miembros de la OCDE compara mucho peor. Las mujeres mexicanas ganan en promedio 6,786 pesos al mes, pero en los estados del sur del país ganan mucho menos que en el centro y norte además de que dedican muchas más horas al trabajo no remunerado. Los golpes de realidad concentrados en una radiografía con unos cuantos datos.

Me encanta contar con datos que nos expliquen la realidad, pero a veces es necesario verla de cerca. Eso estuvo en la marcha. Mujeres de todas las edades --niñas acompañando a sus mamás, adolescentes con sus amigas en su primera marcha, adultas, mujeres mayores-- caminando y observando al país desde sus diferentes realidades. Contingentes de estudiantes, de profesionistas, de escritoras, pero también contingentes de mujeres en situación de calle, de víctimas de violencia, familiares de mujeres asesinadas. Cada uno con un reclamo diferente y una consigna particular. Pero a la vez, todas con un reclamo único: aquí estamos y no nos vamos a ir.


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