Por Veka Duncan
Si hay un año bisagra en la historia de nuestro país, un antes y un después en la conformación del México contemporáneo, este es sin duda el de 1968. No es necesario enlistar aquí los acontecimientos por todos conocidos, pero merece la pena evocarlos en el marco del Día de la Bandera – fecha que hoy conmemoramos – ya que fue también en 1968 que tomó la forma a la que hoy le brindamos honores. Podríamos así asegurar que aquel año nuestra patria cobró su rostro actual en más de un sentido.
Los hechos fatídicos y gloriosos de 1968 se entrelazan, de cierta forma, en la historia de la bandera. Como bien se sabe, los Juegos Olímpicos se presentaron como una oportunidad única para mostrarle al mundo un nuevo México, moderno y pujante. Hasta ese momento, la bandera utilizada seguía siendo la instituida por Lázaro Cárdenas en 1938, y mucho había cambiado en el país desde entonces. Fue así como el presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó la creación de un nuevo símbolo patrio que representara al México contemporáneo. Una de sus preocupaciones era la imagen que proyectaba del país, pues hasta entonces la cabeza del águila aparecía agachada, una actitud que no parecía representar la fuerza de un pueblo que había luchado por su soberanía; para Díaz Ordaz el águila debía mostrarse agresiva, lo cual, en retrospectiva, resulta estremecedor.