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Por Veka Duncan
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El pasado 21 de enero se inauguró con bombo y platillo Anfibium: Museo del Axolote y Centro de Conservación de Anfibios dentro del Zoológico de Chapultepec. Descrito durante el acto de aquella mañana por la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, como un centro de investigación, conservación, difusión y educativo en torno a este animal endémico del Valle de México, el nuevo espacio se suma a las obras que emprende el gobierno federal desde el inicio de esta administración en el Bosque de Chapultepec. Poco importó que en noviembre de 2021 se haya inaugurado el Museo Nacional del Ajolote en Xochimilco, o que en 2017 el mismo grupo que impulsó la creación de este último haya creado Axolotitlán, espacio dedicado al anfibio mexicano en la alcaldía Álvaro Obregón.

No, un solo museo del ajolote en la Ciudad de México no es suficiente; necesitamos tres.

A la par del nuevo recinto, se inauguró también en Chapultepec el Centro de Cultura Ambiental, descrito por las autoridades como un foro y espacio de exposición enfocado a cultura ambiental y cambio climático. Porque el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental, a pesar de tener un nombre muy similar, no cumple con la misma función. Aparentemente, ni siquiera tras los 263 millones de pesos que en 2018 se reportaron como la inversión realizada para la remodelación de sus espacios y actualización de sus contenidos.

A medida que el proyecto Chapultepec: Naturaleza y Cultura avanza y las obras son entregadas, se confirman las sospechas que surgieron cuando se anunció al inicio de esta administración: que se tratarían de un montón de obras nuevas que se verían muy bonitas en las fotos de los actos inaugurales, pero que no atienden las necesidades puntuales del sector cultural, sobre todo cuando de museos de trata. Al contrario, se podría argumentar que la duplicidad de funciones que muchos de estos nuevos proyectos suponen no hace más que entorpecer a un ámbito ya de por sí golpeado y operando desde hace lustros en la precarización absoluta. Hay un dicho que he escuchado más de una vez entre los trabajadores de los museos, que más que ejercer un presupuesto lo que hacen es administrar la pobreza. Sobra decir que ante los embates de la pandemia y la lenta recuperación de sus públicos, por lo tanto, de sus ingresos de taquilla, la situación no ha mejorado.

Los nuevos espacios de Chapultepec parecen caer en la vieja lógica – una esperaría ya muy desgastada – de que para hacer patria en México hay que abrir museos. Desde luego que la apertura de un espacio dedicado a la cultura debe ser celebrado y promovido, pero en los tiempos actuales no podemos simplemente aplaudir esfuerzos que a primera vista parecieran muy loables pero que en el contexto resultan a todas luces perjudiciales, sobre todo cuando hay recursos públicos involucrados.

Recientemente, en una visita a un antiguo inmueble colonial que hoy forma parte del sistema de museos del INAH pregunté porqué había tantas salas con las luces apagadas y espacios cerrados al público. No hay suficiente presupuesto para contratar a los custodios que necesitarían para resguardar todas las salas, así que se quedan con los highlights. Esta es tan solo una de las varias y continuas anécdotas de pauperización que en el gremio nos contamos.
El cuadro que nos pintan los museos ya existentes no es uno del cual debamos enorgullecernos.

Hacer patria sería entonces primero invertir en su mejoramiento y el de las condiciones de quienes ahí laboran, no abrir museos nuevos cuya supervivencia en el largo plazo estará igualmente sujeta a la administración de presupuestos precarios.
@VekaDuncan

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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