Por Veka Duncan
En enero de 1907 los trabajadores de la ex fábrica textil de Río Blanco, en Veracruz, protagonizaron una de las más cruentas rebeliones obreras en nuestro país. Considerada un importante antecedente de la Revolución mexicana, fue uno de los primeros momentos en los que el hartazgo al sistema sostenido por el régimen porfirista se hizo patente. La huelga fue reprimida con crueldad, la sangre de los trabajadores derramada por los suelos de la fábrica y por siempre también impregnada en los libros de historia.
Tras tres décadas en el abandono, se anunció recientemente la recuperación del complejo industrial de Río Blanco como espacio para la cultura. Otras edificaciones industriales de la zona no han corrido con la misma suerte. En un viaje reciente en el marco de la Feria Iberoamericana del Libro de Orizaba (mi primera vez en aquella ciudad de las montañas veracruzanas), no sólo fui en busca de las ruinas de Río Blanco – con la nostálgica misión de honrar, aunque brevemente, la vida de los trabajadores ahí asesinados – sino también del antiguo casco de la fábrica de hilados de Cocolapan. Lo que encontré me invadió de una gran tristeza: ha sido casi enteramente demolida, quedando solo su fachada, ya muy desgastada, como único testimonio de aquella edificación industrial fundada en 1837, la fábrica textil más grande del país.