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En el papel, México parece ser un mercado muy grande, un país con 126 millones de compradores potenciales. Es decir, el décimo país más grande del mundo.

En la realidad es otra cosa. De esos 126 millones, 17.2% son pobres extremos por su nivel de ingreso y no pueden consumir lo suficiente ni para alimentarse, y otro 35.6% tiene un ingreso que le permite alimentarse, pero que todavía no le deja satisfacer sus necesidades básicas completas. Eso nos ubica como un país de sólo 60 millones de habitantes.

Y esto no es todo. De esos 60 millones que sobran, no todos son consumidores sólidos. De hecho, de acuerdo con el Consejo de Evaluación, sólo 15% pueden considerarse como estrato medio de ingreso o alto. Es decir, sólo 19 millones tienen un nivel de vida que les permite darse una vida cómoda, sin tener que sufrir para terminar la quincena.

Ello quiere decir que México no es un mercado potencial de 126.7 millones de habitantes, sino más bien uno 85% más pequeño, un “país efectivo” del tamaño de Chile, Rumania o Malawi. Un país apenas más grande, en términos de consumidores, que Ecuador.

Es por eso que para las clases medias altas y altas de México el país siempre se siente tan pequeño. Se siente como un lugar donde todos se conocen, se encuentran en los mismos vecindarios, en un puñado de escuelas e, incluso, donde en ciertos estados todos comparten unos cuantos apellidos.

Y lo peor es que cada vez son menos las personas que pueden consumir en México. El día de ayer el Inegi dio a conocer las cifras del indicador mensual de consumo privado del mercado interior. Los datos no son nada alentadores. El consumo privado en México no sólo no ha logrado recuperarse a niveles prepandemia, sino que es menor que el del mes inmediato anterior (series desestacionalizadas). La incapacidad para recuperar el poder de consumo es particularmente preocupante en los bienes y servicios de origen nacional (no importados). En ellos, el consumo en 2021 está prácticamente en los mismos niveles de hace cinco años.

Esto #NoEsNormal. Lo normal en los países con el nivel de desarrollo de México es que el consumo aumente a través el tiempo.

Crear un México con más consumidores requiere un cambio profundo en las prioridades del gobierno. El enfoque debe dejar de ser solamente otorgar transferencias en efectivo o mejorar los niveles educativos de la población, y debe ser más ambicioso: crear un mercado laboral con capacidad para crear buenos empleos. Empleos que permitan a las personas ganar sueldos dignos y no sólo enriquecer a quienes les dan trabajo.

Esto requiere regular mejor el ecosistema empresarial para que las empresas grandes no se conviertan en empleadores monopsónicos, es decir, en empresas con el poder de mercado suficiente para disminuir los salarios y para amedrentar a quien no quiera trabajar por ello.

Un paso muy importante para esto es ampliar el mandato, presupuesto y capacidad operativa de la Comisión Federal de Competencia (Cofece) para que pueda enfocarse, no sólo en el mercado de bienes y servicios, como ha hecho hasta ahora, sino en una agenda laboral de vanguardia. Es decir, en prevenir, investigar y combatir las prácticas monopsónicas, las concentraciones y demás restricciones al funcionamiento eficiente del mercado laboral. Y sobre todo, en imponer sanciones a las empresas cuyas políticas impidan que el trabajador ofrezca sus servicios en mercados competidos.

Por nuestra parte, como ciudadanos debemos retar el sentido común. Lamentablemente, décadas de propaganda nos han hecho creer que es imposible subir los salarios porque los trabajadores no son productivos. Ello simplemente no es cierto. En México, los trabajadores son productivos y lo son cada vez más, pero no por ello su salario crece. De hecho, 21% de las personas con licenciatura son pobres o vulnerables, y la mayoría de los trabajadores del sector secundario han aumentado su productividad laboral sin que los costos de la mano de obra suban.

Es momento de cambiar las reglas del juego en México. Necesitamos impulsar la creación de empresas que generen trabajadores con poder de consumo y no sólo de trabajadores precarios. Ese es el gran reto.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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