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Por Vivian Hunter

Volví a abrir Bumble en un destino de playa, uno que no voy a revelar porque mi vida amorosa es un desastre, pero no soy tan cruel como para arrastrar a otros en el proceso. Ahí estaba yo, deslizando sin muchas expectativas, cuando apareció él: el James Bond del Bumble.

Ojos azules que harían palidecer al mar Caribe, dientes tan blancos que podrían estar patrocinados por un dentista de Beverly Hills, y una sonrisa que parecía prometer aventuras y champaña. Tan perfecto que lo primero que pensé fue: “Es un fraude”. Pero la curiosidad ganó, y acepté la cita.

James Bond (porque ni recuerdo su nombre real) me propuso vernos en un Starbucks. ¿Por qué le dejé elegir? Buena pregunta. Lo único que pensé fue: “Si algo sale mal, al menos podré salir corriendo con mi latte en mano”.

Llegué temprano, como siempre, porque me gusta evaluar el terreno antes de que llegue el enemigo, digo, la cita. Estaba sentada con mi café cuando lo vi entrar, y por un segundo, olvidé que soy una mujer madura e independiente. ¡Era aún más guapo que en las fotos! Y sí, antes de que lo preguntes, tenía todos sus dientes.

Nos sentamos a hablar, o mejor dicho, yo me senté a intentar descubrir qué había detrás de esa cara de modelo y él a practicar su español. Porque, sí, ese era su gran objetivo en Bumble: encontrar a alguien que le enseñara español.

“Lo hablas muy bien”, le dije. “¿Desde cuándo estás en México?”

“Un par de meses. Pero quiero mejorar, porque no entiendo todo”, respondió con una sonrisa que, sinceramente, habría derretido hasta el hielo de mi café.

¿Y qué hacía en México? Según él, trabajaba en línea desde su departamento rentado, pero no podía quedarse mucho tiempo porque no tenía papeles. Mientras él hablaba de conjugaciones y subjuntivos, yo estaba ocupada preguntándome qué era lo que ocultaba. Porque, claro, en Bumble todos mienten.

“¿Por qué no das tu teléfono?”, le pregunté tratando de leer entre líneas.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.