Por Vivian Hunter
Después de un desfile de hombres que parecían salidos de un catálogo de desilusiones, empecé a pensar que quizás el problema no era Bumble, sino el formato. Quizás encontrar al hombre ideal requería algo más tradicional: una presentación a la vieja usanza. Y, como si el universo hubiera escuchado mis plegarias, una amiga me dijo: “Te tengo a alguien perfecto. Es un caballero, educado, guapo, y listo para una relación seria”.
Acepté la cita a ciegas con más emoción de la que estoy dispuesta a admitir. Me preparé como si fuera mi primer baile de secundaria. Salón de belleza a primera hora, cinco cambios de atuendo y un discurso ensayado para causar la mejor impresión. Cuando llegó por mí, confirmé que las cosas iban bien: era atractivo, elegante y, lo más importante, tenía todos los dientes.
Todo comenzó de maravilla. Me abrió la puerta del coche (¡Un caballero!), eligió un restaurante precioso, y la conversación fluía con naturalidad. Pero, como suele pasar en mi vida amorosa, la noche dio un giro que ni la mejor novela de misterio podría haber anticipado.
Entre el plato principal y el postre, me contó que había enviudado hacía cuatro años. Hasta aquí, todo bien. Perder a alguien querido es difícil, pensé. Sin embargo, fue cuando pidió una segunda copa de vino que la atmósfera en la mesa cambió.
“Sabes, Susana, a Vivian le encantarían tus ideas sobre la vida” dijo sonriendo hacia un espacio vacío junto a mí.
Parpadeé, confundida. “¿Perdón?”
“Oh, Susana y yo estábamos hablando de cómo es importante seguir adelante, ¿verdad, amor?”
Fue entonces cuando me di cuenta de que para él, no estábamos solos en la mesa. Susana, su difunta esposa, al parecer nos estaba acompañando. Lo que al principio parecía un comentario extraño rápidamente se convirtió en un monólogo dedicado a su “compañera imaginaria”.
“¿Sabes qué le encanta a Susana? Los postres con chocolate. Siempre decía que el chocolate cura cualquier mal humor. ¿Verdad, Susy?”
Yo no sabía si mirar hacia el lugar vacío o concentrarme en no atragantarme con mi vino. Lo más surrealista de todo fue que, entre sus historias y sus risas hacia el vacío, me di cuenta de que esperaba aprobación.
“Susana es exigente, pero creo que te aprobaría. ¿Qué opinas, cariño?”
En ese momento consideré varias salidas: fingir una llamada urgente, simular una reacción alérgica al vino o, mejor aún, preguntarle directamente a Susana si yo era la indicada. Pero me quedé en parte por curiosidad y en parte porque, después de todo, la comida estaba deliciosa.
Antes de despedirnos, me aseguró que cree firmemente en “los mensajes del otro lado”. Me dejó en mi puerta con un beso en la mejilla (gracias a Dios) y un comentario que aún me da escalofríos: “Te aviso si Susana sueña algo sobre ti”.
Lo que aprendí de esta cita es que, aunque me encantaría encontrar a un hombre que me ame profundamente, preferiría que no esté tan profundamente conectado con el más allá. ¿Será que los hombres normales están en peligro de extinción? Porque, por lo que he visto, parecen más raros que los unicornios.
Si las cosas siguen así de mal terminaré por mejor salir con Susana.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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