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Por Vivian Hunter

Cuando mi hija y mi nieta me sugirieron entrar a Bumble, pensé que estaban locas. ¿Qué hacía una mujer de 71 años en una aplicación donde lo más cercano al compromiso es coincidir con alguien que use desodorante? Pero entre su insistencia y mi curiosidad —y un poco de vino— me convencieron. Así que, una tarde de frío neoyorquino, con mi té caliente y una pizca de osadía, me aventuré.

Crear un perfil fue un evento familiar. ¿Qué fotos usar? Mi hija descartó una de hace veinte años, señalando que parecerme a mi yo de 50 era un delito peor que dejar propina con monedas. Así que elegimos cuatro fotos actuales: sin filtros, sin retoques, y con mis arrugas bien puestas. A pesar de sentirme como una estudiante entregando un examen, me dije: “Que sea lo que la wifi quiera”.

El primer match fue con Paul. Su mensaje era cortés, hasta encantador. Sugirió conocernos. Cuando mencioné un bar, él propuso un hotel. Mi respuesta inmediata fue pensar: “¿Qué clase de Pretty Woman soy yo?” Lo rechacé, pero insistió: un hotel con bar, y si todo iba bien, “subíamos”. Cuando mi risa aún no se apagaba, Paul me llamó de nuevo con una oferta mejorada: un hotel “a mitad de camino”, siempre que yo hiciera la reserva, porque no aceptaban efectivo.

Fue entonces cuando la realidad me golpeó. Paul no era solo un descarado. Probablemente estaba casado. Mi respuesta fue clara: cancelar. Mi tarjeta seguiría segura en mi cartera y yo, en mi sala, riéndome de la primera gran lección del mundo virtual: el descaro no tiene edad.

Al final, Paul envió un mensaje que cerró el capítulo de manera brillante: “Perdón, ya sé por qué te ofendiste”. Claro que nunca respondí.

Lo que no sabía era que esta aventura apenas comenzaba. La próxima semana, aprendí otra lección importante: en Bumble, todos mienten en algo. Pero lo que me dejó sin palabras fue descubrir quién tenía la peor relación con la verdad.

*Vivian Hunter, a sus 71 años, está en una misión: encontrar al hombre ideal con quien compartir el resto de su vida, aunque el camino esté lleno de desvíos hilarantes. Viuda tras 32 años de matrimonio, el mundo es su campo de caza y Bumble su arma favorita, aunque cada cita le enseña que los hombres, como los zapatos, suelen ser atractivos al principio, pero siempre tienen un detalle incómodo. Con un sentido del humor afilado y un optimismo implacable, Vivian sigue saltando de cita en cita, convencida de que el próximo podría ser el bueno… o al menos, material para otra gran anécdota. Mientras tanto, disfruta cada momento, porque, como dice ella, “cazar maridos es un deporte para profesionales”.

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